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LA MATEMÁTICA SAGRADA: "Un viaje por los números bíblicos"

Hace unos días recibí un mensaje de Verónica Ampuero, una amiga del grupo, que me escribió lo siguiente: "Hola Marcos. Primero que nada, darte las gracias porque no sabes cuánto he aprendido de tus enseñanzas. Es realmente magnífico lo que compartes. Me gustaría pedirte si es posible un post sobre el significado de símbolos, números y metáforas y visiones de la biblia. Sé que es mucha información, quizás solo de números y símbolos que se repitan. Me serviría mucho para mi conocimiento y aplicación a la vida diaria. Soy una convencida de que las señales, símbolos y sueños nos permiten ver mucho más allá del mundo material. Muchas gracias."

Lo que Verónica no sabía es que su petición llegaría en el momento exacto. Días antes, navegando por YouTube, había llegado a mis oídos un dato histórico que capturó mi atención: en la antigüedad, las niñas eran consideradas mujeres y aptas para el matrimonio a partir de los doce años, es decir, desde que comenzaba su período menstrual. En Grecia, en Roma, en Israel, en prácticamente todas las civilizaciones antiguas, el patrón se repetía. La edad promedio de matrimonio para las mujeres era entre los doce y catorce años.

Para nuestra mentalidad moderna esto suena terrible, y con razón. Pero antes de juzgar debemos entender el contexto. La expectativa de vida en aquellas épocas era extremadamente baja, entre treinta y cuarenta años. La mortalidad infantil era altísima: de cada varios hijos que nacían, muchos no sobrevivían la infancia. La especie humana enfrentaba un problema real de supervivencia y extensión. La solución que encontraron fue que las mujeres comenzaran a tener hijos tan pronto como su cuerpo lo permitiera, maximizando así los años fértiles disponibles. Una mujer que comenzaba a tener hijos a los doce o trece años podía tener muchos más que una que comenzara a los veinte, y en un mundo donde muchos de esos hijos morirían tempranamente, esa diferencia era crucial para la supervivencia de la familia y del pueblo.

A medida que la expectativa de vida comenzó a extenderse y las condiciones sanitarias mejoraron, esta práctica fue abandonándose gradualmente hasta llegar a los estándares actuales donde protegemos la infancia y adolescencia como etapas que merecen su propio desarrollo.

Pero lo que capturó mi atención no fue el dato histórico en sí, sino el número. Doce. ¿Por qué específicamente doce? ¿Por qué el cuerpo femenino alcanza su madurez reproductiva alrededor de los doce años? ¿Es casualidad que este mismo número aparezca una y otra vez en las escrituras como símbolo de manifestación completa? Doce tribus de Israel. Doce apóstoles. Doce puertas de la Nueva Jerusalén. Doce piedras en el pectoral del sumo sacerdote. Doce panes de la proposición en el templo.

Así comenzó esta investigación que hoy comparto con ustedes. Y lo quiero compartir en ambos grupos porque creo que puede sonar interesante en ambos. Lo que encontré me llevó mucho más profundo de lo que esperaba, a un sistema de codificación numérica que los antiguos sabios inscribieron no solo en los textos sagrados, sino en la biología misma del cuerpo humano. Vamos a sumergirnos juntos en este viaje. Les advierto que a veces puede volverse un poco denso, pero haré todo lo posible por explicar cada concepto con claridad. Nada quedará al aire. Así que abróchense los cinturones y comencemos este viaje por la simbología de la escritura.

El cuerpo femenino como texto sagrado

Comencemos por el dato biológico. La pubertad femenina no es un evento sino un proceso que dura varios años. Los médicos utilizan los llamados estadios de Tanner para medir el desarrollo puberal, y lo que estos estadios muestran es lo siguiente: el proceso típicamente comienza alrededor de los nueve años con la telarquia, que es el inicio del desarrollo mamario. Este es el primer signo visible de que algo está cambiando internamente. A partir de ahí vienen progresivamente otros cambios: crecimiento de vello púbico, el estirón de crecimiento, cambios en la distribución de grasa corporal, desarrollo de las caderas.

La menarquia, que es la primera menstruación, llega relativamente tarde en este proceso, generalmente entre dos y tres años después de los primeros signos. Por eso el promedio está alrededor de los doce o trece años.

Entonces tenemos:

El proceso comienza aproximadamente a los nueve años. La menarquia ocurre aproximadamente a los doce años. Entre ambos hay aproximadamente tres años de transformación.

Nueve. Tres. Doce.

Guarden estos números porque los veremos aparecer una y otra vez.

El nueve y el doce: la matemática del proceso creativo

Ahora bien, ¿qué tienen de especial estos números? Observemos su estructura matemática:

9 = 3 × 3 12 = 3 × 4

Ambos números comparten un factor común: el tres. El nueve es el tres multiplicado por sí mismo. El doce es el tres multiplicado por cuatro. Y la diferencia entre nueve y doce es precisamente tres.

El tres aparece como el número invisible entre el nueve y el doce. Es el operador que transforma uno en otro. Es el intervalo de transición.

Y esto no ocurre solo en la pubertad femenina. Observemos el nacimiento humano:

La gestación dura nueve meses. Nueve meses después de la concepción, el bebé nace. Pero el bebé no cumple un año de vida inmediatamente al nacer. Deben pasar tres meses más para que llegue a los doce meses y celebre su primer cumpleaños.

Nueve meses de gestación. Tres meses adicionales. Doce meses para completar el primer ciclo anual.

El mismo patrón. El nueve como gestación completa, el tres como intervalo de transición, el doce como manifestación del ciclo completo.

La amatista: del nueve al doce

Hay una confirmación extraordinaria de este patrón que no podemos pasar por alto. En el pectoral del sumo sacerdote descrito en Éxodo 28:19, había doce piedras preciosas dispuestas en cuatro hileras de tres. La amatista ocupaba la posición número nueve.

Pero cuando llegamos al Apocalipsis 21:20, encontramos los doce fundamentos de la Nueva Jerusalén, cada uno hecho de una piedra preciosa. La amatista aparece ahora en la posición número doce.

La misma piedra. Diferente posición. Del nueve al doce.

La amatista en la tradición representa la templanza y el dominio propio. Su nombre en griego, amethystos, significa literalmente "no intoxicado", aludiendo a la sobriedad y el autocontrol.

¿Qué significa este ascenso del nueve al doce?

En la posición nueve, la amatista representa el dominio propio, la templanza, el gobierno sobre los estados internos. Es la capacidad de sostener un estado sin importar lo que los sentidos digan.

En la posición doce, la amatista representa la coronación de ese dominio. El fruto manifestado de quien aprendió a gobernarse internamente.

El intervalo entre ambas posiciones es tres. Y ese tres, como hemos visto, representa el proceso de transformación que lleva del dominio interno a la manifestación coronada.

La piedra misma confirma el patrón: nueve como dominio, tres como proceso, doce como coronación del fruto.

La crucifixión: el patrón inscrito en la muerte y resurrección

Ahora llevemos esto al texto bíblico. En los evangelios encontramos el relato de la crucifixión con detalles numéricos muy específicos.

Mateo 27:45-46 nos dice: "Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani?"

La hora novena. El nueve. En ese momento el proceso interno alcanza su culminación. "Consumado es", dice Juan 19:30.

Luego viene el sepulcro. ¿Cuánto tiempo? Tres días. Mateo 12:40 lo había anunciado: "Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches."

Tres días de transformación oculta. El mismo intervalo que vimos entre el nueve y el doce. El proceso que ocurre fuera de la vista, en lo secreto.

Y después viene la resurrección. La manifestación. El Cristo glorificado que se muestra a los discípulos.

9 + 3 = 12

Hora novena: culminación del proceso interno. Tres días: transformación oculta. Resurrección: el doce, la manifestación completa.

El patrón es idéntico al que vimos en el cuerpo femenino: nueve años cuando comienza el proceso, tres años de transformación, doce años cuando se manifiesta la capacidad de dar vida. Es idéntico al nacimiento: nueve meses de gestación, tres meses adicionales, doce meses cuando se completa el primer ciclo. La muerte y resurrección de Cristo sigue exactamente la misma estructura numérica. El Cristo resucitado ES el doce, la manifestación completa del proceso que culminó en la hora novena y se transformó durante los tres días en la tumba.

Esto no puede ser coincidencia. Los antiguos sabios que escribieron estos textos conocían este patrón y lo codificaron deliberadamente.

El tres como número de la transformación oculta

A estas alturas debería quedar claro que el tres no es simplemente un número más. En la estructura simbólica bíblica, el tres representa el proceso de transformación que ocurre en lo oculto antes de la manifestación.

Jonás estuvo tres días en el vientre del pez antes de ser vomitado a tierra firme. Fue un período de transformación: entró como profeta desobediente, salió dispuesto a cumplir su misión.

Las bodas de Caná ocurrieron "al tercer día" según Juan 2:1. Fue allí donde Jesús manifestó su gloria por primera vez convirtiendo el agua en vino.

Abraham caminó tres días hasta el monte Moriah antes del sacrificio de Isaac, según Génesis 22:4.

El patrón se repite consistentemente: el tres marca el intervalo de preparación interna que precede a la manifestación externa.

El Tetragrammaton: el Nombre que contiene el proceso

Ahora entramos en territorio más profundo. El nombre de Dios en hebreo, conocido como el Tetragrammaton, se escribe con cuatro letras: YOD, HE, VAV, HE. En hebreo: יהוה.

Cada letra hebrea tiene un valor numérico. Este sistema se llama gematría y no es invención moderna ni especulación esotérica. Es parte integral de la tradición hebrea desde tiempos antiguos.

Los valores son: YOD (י) = 10 HE (ה) = 5 VAV (ו) = 6 HE (ה) = 5

El valor total del Nombre es 10 + 5 + 6 + 5 = 26.

Pero observemos algo crucial. El Nombre tiene cuatro letras, pero solo tres son diferentes. La HE aparece dos veces: una como segunda letra y otra como cuarta letra. Las tres primeras letras, YOD-HE-VAV, representan lo que podríamos llamar el proceso interno. La última HE representa la manifestación, la expresión final en el mundo (La segunda venida).

Calculemos el valor de las tres primeras letras: YOD + HE + VAV = 10 + 5 + 6 = 21

Y aquí viene algo notable. En la tradición cabalística existe la práctica de reducir números sumando sus dígitos. Si reducimos el 21: 2 + 1 = 3

El proceso interno del Nombre, las tres primeras letras, tiene un valor que se reduce a tres. El mismo número que hemos visto como el intervalo de transformación.

Las doce permutaciones del Nombre

Hay otra conexión matemática que vincula el Nombre con el número doce.

El Tetragrammaton tiene cuatro letras, pero como dijimos, dos de ellas son idénticas (las dos HE). Cuando calculamos cuántas permutaciones únicas pueden formarse con estas cuatro letras, la matemática nos da:

4! ÷ 2! = 24 ÷ 2 = 12

Doce permutaciones únicas del Nombre divino.

Esto no es especulación mía. El Sefer Yetzirah, uno de los textos más antiguos de la tradición cabalística, establece que estas doce permutaciones gobiernan los doce meses del año, corresponden a las doce tribus de Israel, y se asocian con los doce signos del zodíaco.

El Nombre divino, al manifestarse plenamente con sus cuatro letras, produce doce expresiones distintas en el mundo. Sin la HE final, sin la letra de manifestación, solo tendríamos tres letras únicas y seis permutaciones posibles. Es la cuarta letra, la HE de manifestación, la que duplica las posibilidades y produce el doce.

Aquí vemos de nuevo la relación. El proceso interno (tres letras únicas, seis permutaciones) se multiplica por dos cuando se añade la manifestación, produciendo las doce expresiones del Nombre en el mundo.

Jesús a los doce años: el único relato de su juventud

Ahora bien, con este marco en mente, volvamos a los evangelios. Hay un dato que siempre me llamó la atención: los evangelios no nos dicen prácticamente nada sobre la vida de Jesús entre su nacimiento y el inicio de su ministerio. Solo hay una excepción. Un solo relato. Y ocurre exactamente a los doce años.

Lucas 2:41-49 nos cuenta que cuando Jesús tenía doce años, sus padres lo llevaron a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Al regresar, descubrieron que el niño no estaba con ellos. Volvieron a Jerusalén y lo encontraron en el templo, sentado entre los doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles. Cuando sus padres le preguntaron por qué había hecho esto, Jesús respondió: "¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?"

A los doce años. Exactamente la edad que hemos identificado como el momento de madurez, de manifestación inicial. Y lo que hace Jesús en ese momento es reconocer su identidad. "Los negocios de mi Padre." Por primera vez en el texto, Jesús articula conscientemente quién es y cuál es su relación con Dios.

El doce marca el reconocimiento de la identidad. Así como la mujer a los doce años alcanza su madurez reproductiva y tiene la capacidad de dar vida, el Cristo a los doce años alcanza la madurez de conciencia y reconoce su identidad divina.

Los dieciocho años de silencio

Después de este episodio en el templo, los evangelios guardan silencio. No sabemos nada más de Jesús hasta que aparece a los treinta años para ser bautizado por Juan e iniciar su ministerio público.

30 - 12 = 18

Dieciocho años de silencio. Dieciocho años donde el texto no nos dice nada. ¿Es este número significativo o es simplemente el intervalo que resulta de restar doce de treinta?

Para responder esta pregunta, busqué otras apariciones del número dieciocho en las escrituras. Lo que encontré fue revelador.

En Jueces 3:14 leemos: "Y sirvieron los hijos de Israel a Eglón rey de Moab dieciocho años."

En Jueces 10:8 encontramos: "Y satisfizo y quebrantó a los hijos de Israel en aquel tiempo dieciocho años."

Y en Lucas 13:11-16, Jesús encuentra a una mujer que "tenía espíritu de enfermedad hacía dieciocho años, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar." Jesús la llama "hija de Abraham" y la sana, liberándola de su atadura.

Tres textos. En los tres casos, el dieciocho representa un período de sometimiento, de opresión, de ocultamiento que precede a una liberación. Israel sometido dieciocho años antes de ser liberado por Aod. Israel oprimido dieciocho años antes de ser liberado por Jefté. La mujer encorvada dieciocho años antes de ser liberada. Jesús dice que "Satanás la había atado dieciocho años." Ella no eligió estar encorvada. Estaba atada. Era una condición de esclavitud.

El patrón es claro: dieciocho es el tiempo donde lo que será liberado permanece oculto, atado, pero no derrotado. La vida ya existe internamente, pero aún no ha sido revelada.

Ahora bien, veamos la matemática del dieciocho:

18 = 9 × 2

El nueve, que ya identificamos como el número de la gestación interna, multiplicado por dos. El dos en la simbología bíblica representa la dualidad, el mundo externo, los testigos, lo que está afuera. Cuando hay dos testigos, algo se establece como verdad en el mundo.

Entonces el dieciocho puede entenderse como la gestación interna (nueve) confrontada con el mundo externo (dos). Es el fruto que ya fue gestado pero que debe sostenerse ante la evidencia contraria de los sentidos, ante el juicio del mundo que aún no ve la manifestación.

Hay otra conexión importante. En hebreo, el número dieciocho se escribe con las letras CHET (ח) = 8 y YOD (י) = 10. Estas dos letras juntas forman la palabra "chai" (חי), que significa "vida".

Dieciocho = chai = vida.

Pero no cualquier vida. Es la vida que se sostiene internamente aunque externamente no se vea. Es la vida atada, oculta, que aún no se manifiesta en plenitud. La mujer tenía vida, pero esa vida estaba encadenada durante dieciocho años, esperando el momento de la liberación.

Y la liberación ocurre en sábado, el séptimo día, el día de reposo, el día donde Dios completó su obra.

El patrón es claro: dieciocho años de vida atada, y luego la liberación que permite enderezarse y mirar hacia arriba. El mismo patrón de Israel bajo opresión dieciocho años antes de ser liberado. El mismo patrón de los dieciocho años de silencio de Jesús, donde su identidad divina existía pero permanecía oculta al mundo, esperando el momento de la manifestación pública.

En los tres casos bíblicos del dieciocho, encontramos lo mismo: vida que existe pero está atada u oculta, hasta que llega el momento de la liberación.

Hay una imagen en Génesis 49:11 que captura esto perfectamente. En la bendición de Jacob a Judá, dice: "Atando a la vid su pollino, y a la cepa el hijo de su asna."

El pollino representa la mente, los pensamientos que naturalmente quieren moverse, ir de un lado a otro. La vid representa el deseo, el estado asumido. Atar el pollino a la vid es cesar el movimiento mental que contradice la asunción. Es mantener la mente fija, quieta, amarrada al estado deseado sin permitir que se desboque hacia la duda o la evidencia contraria de los sentidos.

El dieciocho es el período del pollino atado. No hay lucha activa. Hay quietud. Hay vida sostenida en silencio. Hay mente cesada. Y hay espera de la liberación que inevitablemente viene.

Los dieciocho años de silencio de Jesús, entonces, no son un vacío. Son chai. Son vida oculta. Es el período donde la identidad reconocida a los doce años se sostiene internamente, como el pollino amarrado a la vid, madurando fuera de la vista del mundo, hasta estar lista para la manifestación pública.

El cuarenta: la prueba activa

Hay otro número que aparece consistentemente en las escrituras asociado con períodos difíciles: el cuarenta.

Cuarenta días duró el diluvio (Génesis 7:12). Cuarenta años anduvo Israel en el desierto (Números 14:33). Cuarenta días estuvo Moisés en el monte recibiendo la ley (Éxodo 24:18). Cuarenta días ayunó Jesús en el desierto siendo tentado (Mateo 4:2). Cuarenta días estuvo Goliat desafiando a Israel antes de que David lo enfrentara (1 Samuel 17:16).

El cuarenta representa prueba activa. Hay movimiento, hay resistencia, hay tentación que debe ser vencida, hay un desierto que debe ser atravesado. El cuarenta implica acción, confrontación, un proceso que debe ser transitado conscientemente.

Veamos su estructura matemática:

40 = 8 × 5

El ocho es el número de nuevo comienzo (el octavo día después del ciclo de siete). El cinco es el valor de la HE, la letra de manifestación en el Nombre. La prueba activa (40) es el nuevo comienzo (8) multiplicado por la manifestación (5). Es el proceso que debe atravesarse para que lo nuevo se manifieste.

También:

40 = 4 × 10

El cuatro (las direcciones, el mundo material, las letras del Nombre) multiplicado por el diez (el ciclo completo, el YOD). La prueba activa ocurre en el mundo material a través de un ciclo completo.

Los treinta años: el inicio del ministerio

¿Por qué específicamente treinta años para iniciar el ministerio? Nuevamente, buscamos en las escrituras otros casos donde aparezca esta edad.

Números 4:3 establece que los levitas comenzaban su servicio en el templo a los treinta años.

2 Samuel 5:4 nos dice: "Era David de treinta años cuando comenzó a reinar."

Génesis 41:46 registra: "Era José de edad de treinta años cuando fue satisfecho delante de Faraón rey de Egipto."

El treinta es consistentemente la edad de inicio del servicio público, del ministerio, del reinado. No es arbitrario.

Veamos la matemática:

30 = 3 × 10

El tres (el proceso de transformación) multiplicado por diez. El diez en hebreo es la letra YOD, que representa el punto primordial, el origen, la mano de Dios que actúa en el mundo. El diez también simboliza un ciclo completo, como los diez mandamientos o los diez dedos de las manos.

Además, treinta es el valor numérico de la letra LAMED (ל), que es la letra número doce del alfabeto hebreo. Su significado es "enseñar" o "aprender". Es la única letra del alfabeto hebreo que se eleva por encima de la línea de escritura, apuntando hacia arriba.

A los treinta años, Jesús comienza a enseñar (Lamed). El momento coincide con la letra que significa enseñanza.

El treinta y tres: la culminación

El ministerio de Jesús duró aproximadamente tres años. De los treinta a los treinta y tres.

Otra vez el tres como intervalo. Tres años de ministerio público, de enseñanza, de milagros, de preparación de los discípulos.

Y a los treinta y tres, la crucifixión y resurrección.

Veamos cómo se descompone el treinta y tres:

33 = 30 + 3

El inicio del ministerio (30) más los tres años de transformación activa.

Pero hay otra descomposición más reveladora:

33 = 12 + 21

El doce, que hemos identificado como la manifestación y la madurez. Y el veintiuno, que es exactamente el valor de YOD-HE-VAV, las tres primeras letras del Nombre, el proceso interno divino.

A los treinta y tres, la manifestación (12) se une al proceso interno del Nombre (21). El ciclo se completa.

La secuencia completa de la vida de Cristo

Ahora podemos ver la secuencia completa con ojos nuevos:

Nueve meses de gestación en el vientre de María. El 3 × 3, el proceso actuando sobre sí mismo, la semilla divina formándose en lo oculto.

Doce años en el templo. El 3 × 4, el proceso actuando sobre el mundo. Jesús reconoce su identidad: "En los negocios de mi Padre me es necesario estar."

Dieciocho años de silencio. Chai, la vida oculta sosteniéndose internamente, el pollino atado a la vid.

Treinta años, inicio del ministerio. El 3 × 10, el proceso actuando sobre el ciclo completo. Comienza a enseñar (Lamed).

Tres años de ministerio. El intervalo de transformación activa.

Treinta y tres años, muerte y resurrección. El 12 + 21, la manifestación unida al proceso divino interno. El ciclo se completa.

Las dos mujeres de Marcos 5 y Lucas 8

Hay un pasaje en los evangelios que siempre me intrigó por su estructura. En Marcos 5 (y el paralelo en Lucas 8), encontramos dos milagros entrelazados de manera muy particular.

Jesús va camino a la casa de Jairo, cuya hija está muriendo. En el camino, una mujer que había padecido flujo de sangre durante doce años toca el borde de su manto y es sanada. Jesús se detiene, identifica a la mujer, y le dice: "Hija, tu fe te ha hecho salva."

Luego continúa hacia la casa de Jairo, donde le informan que la niña ya murió. Jesús entra, la toma de la mano, y la levanta. La niña tenía doce años.

Dos mujeres. Una enferma durante doce años. Otra con doce años de edad. Ambas restauradas en el mismo pasaje.

La mujer con flujo de sangre tenía bloqueada su capacidad de dar vida durante un ciclo completo de manifestación (doce años). El flujo de sangre en la ley mosaica la hacía ritualmente impura, excluida de la vida comunitaria y religiosa. Jesús la sana y restaura su doce.

La niña de doce años estaba muerta. Exactamente en el umbral de la madurez femenina, en el momento donde debería comenzar su capacidad de dar vida, estaba sin vida. Jesús la despierta y restaura su doce.

No es coincidencia que estos dos milagros estén entrelazados en el texto. Ambos tienen que ver con el doce, con la manifestación, con la capacidad de dar vida. En ambos casos, el Cristo restaura lo que estaba bloqueado o detenido.

Las doce tribus y el patrón 3 × 4

Jacob, quien fue renombrado Israel, tuvo doce hijos que se convirtieron en las doce tribus de Israel. Pero hay un detalle que a menudo se pasa por alto: estos doce hijos nacieron de cuatro mujeres diferentes.

Lea, la primera esposa, tuvo seis hijos: Rubén, Simeón, Leví, Judá, Isacar y Zabulón. Raquel, la esposa amada, tuvo dos hijos: José y Benjamín. Bilha, la sierva de Raquel, tuvo dos hijos: Dan y Neftalí. Zilpa, la sierva de Lea, tuvo dos hijos: Gad y Aser.

Cuatro matrices. Doce hijos.

Y antes de Jacob hubo tres patriarcas: Abraham, Isaac, Jacob.

3 × 4 = 12

El patrón está inscrito en la genealogía misma del pueblo. Tres generaciones patriarcales multiplicadas por cuatro matrices producen las doce tribus que manifestarán el Nombre en la historia.

El triángulo sagrado y el Nombre

Hay una conexión geométrica que los antiguos conocían bien. El triángulo con lados 3, 4 y 5 es el triángulo rectángulo más simple con lados de números enteros. Cumple el teorema de Pitágoras:

3² + 4² = 5² 9 + 16 = 25

Observen los números que aparecen. El nueve, que hemos identificado como gestación interna. Y el veinticinco, que es 5 × 5, es decir, HE × HE, las dos HE del Nombre multiplicadas entre sí.

La suma de los tres lados: 3 + 4 + 5 = 12

El perímetro del triángulo sagrado es doce.

Y la hipotenusa, el lado más largo, el que une y completa, tiene valor 5 = HE, la letra de manifestación en el Nombre.

La HE conecta el tres y el cuatro para producir un triángulo cuya suma es doce. La geometría confirma lo que la gematría nos mostró.

Las veintidós letras del alfabeto hebreo

El alfabeto hebreo tiene veintidós letras. El Sefer Yetzirah, texto antiguo de la tradición cabalística, las divide en tres categorías:

Tres letras madres: Aleph, Mem, Shin. Representan los tres elementos primordiales: aire, agua, fuego. Son el útero de la creación, el proceso primordial del que todo emerge.

Siete letras dobles: Bet, Gimel, Dalet, Kaf, Pe, Resh, Tav. Se llaman dobles porque en hebreo antiguo tenían dos pronunciaciones distintas dependiendo de si llevaban o no un punto interior llamado dagesh. Se asocian con los siete planetas clásicos y los siete días de la semana.

Doce letras simples: Las restantes doce letras. Se asocian con los doce meses, las doce tribus, los doce signos zodiacales.

3 + 7 + 12 = 22

Las tres letras madres son el proceso primordial. Las doce letras simples son la manifestación en el tiempo. El patrón está inscrito en el alfabeto mismo.

El doce como estructura de manifestación

A lo largo de las escrituras, el doce aparece consistentemente como el número de la manifestación completa en el mundo:

Doce hijos de Jacob, doce tribus de Israel. Doce piedras en el pectoral del sumo sacerdote, una por cada tribu (Éxodo 28:21). Doce panes de la proposición en el templo, renovados cada sábado (Levítico 24:5-6). Doce espías enviados a reconocer la tierra prometida (Números 13). Doce apóstoles elegidos por Jesús. Doce canastas de sobras después de la multiplicación de los panes (Mateo 14:20).

Y en el Apocalipsis, la Nueva Jerusalén tiene: Doce puertas, tres en cada lado (Apocalipsis 21:12-13). Doce ángeles en las puertas (Apocalipsis 21:12). Los nombres de las doce tribus en las puertas (Apocalipsis 21:12). Doce fundamentos con los nombres de los doce apóstoles (Apocalipsis 21:14). La ciudad mide doce mil estadios (Apocalipsis 21:16). El muro mide ciento cuarenta y cuatro codos (Apocalipsis 21:17), y 144 = 12 × 12.

El doce es la estructura misma de la manifestación divina en el mundo.

Los doce bueyes del mar de bronce

En el templo de Salomón había un enorme recipiente de agua llamado "el mar de bronce". 1 Reyes 7:23-25 lo describe: estaba sostenido por doce bueyes de bronce, dispuestos en grupos de tres hacia cada punto cardinal.

Tres mirando al norte. Tres mirando al sur. Tres mirando al este. Tres mirando al oeste.

4 × 3 = 12

El patrón 3 × 4 = 12 inscrito en la arquitectura sagrada del templo. Cuatro direcciones, tres bueyes en cada una, doce en total sosteniendo el mar que representaba las aguas primordiales de la creación.

David y el catorce

Hay otro número que aparece conectado con el doce en la estructura bíblica: el catorce.

El nombre David en hebreo se escribe דוד: Dalet (ד) = 4 Vav (ו) = 6 Dalet (ד) = 4 Total: 4 + 6 + 4 = 14

Mateo estructura la genealogía de Jesús en tres grupos de catorce generaciones cada uno. Mateo 1:17 dice: "De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce; y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce."

3 × 14 = 42

Tres grupos de catorce. Mateo está deletreando "David" tres veces en la estructura misma del linaje de Cristo. El proceso (3) actuando sobre David (14) produce las cuarenta y dos generaciones hasta el Mesías.

La síntesis: el proceso creativo divino

Ahora podemos intentar una síntesis de todo lo que hemos visto.

El proceso creativo divino, tal como está codificado en las escrituras y en la biología del cuerpo humano, sigue un patrón consistente:

El tres es el proceso de transformación interna. Es el valor reducido de YHV, las tres primeras letras del Nombre. Es el intervalo entre estados. Los tres días en la tumba, los tres años de ministerio, los tres años entre el inicio de la pubertad y la menarquia.

El nueve es la gestación completa. Es 3 × 3, el proceso actuando sobre sí mismo. Es el fruto maduro pero aún no manifestado. Los nueve meses en el vientre, el inicio del proceso puberal a los nueve años, la hora novena en la cruz.

El doce es la manifestación. Es 3 × 4, el proceso actuando sobre el mundo material. Es la capacidad de expresar externamente lo que se gestó internamente. La menarquia a los doce años, los doce apóstoles, las doce tribus, las doce permutaciones del Nombre.

El dieciocho es la vida atada. Es 9 × 2, la gestación confrontada con la dualidad del mundo. Es chai, la vida que se sostiene internamente aunque externamente no se vea. Es el pollino atado a la vid, la mente cesada, la quietud sostenida. Los dieciocho años de sometimiento antes de la liberación, los dieciocho años de silencio de Jesús, los dieciocho años de la mujer encorvada.

El treinta es el servicio. Es 3 × 10, el proceso actuando sobre el ciclo completo. Es Lamed, la enseñanza. Es la edad donde comienza el ministerio público, donde lo que maduró internamente se pone al servicio del mundo.

El treinta y tres es la culminación. Es 12 + 21, la manifestación unida al proceso interno del Nombre. Es el punto donde el ciclo se completa y un nuevo orden comienza.

El cuarenta es la prueba activa. Es 8 × 5, el nuevo comienzo multiplicado por la manifestación. Es 4 × 10, el mundo material atravesado en un ciclo completo. Los cuarenta días del diluvio, los cuarenta años en el desierto, los cuarenta días de ayuno de Jesús.

Aplicación al proceso de creación consciente

Todo esto no es mero conocimiento intelectual. Neville Goddard enseñó que las escrituras son un drama psicológico que describe estados de consciencia. Los números y símbolos que hemos explorado nos dan un mapa del proceso creativo que ocurre en nosotros cada vez que deseamos manifestar algo.

El nueve representa la concepción del deseo. El momento donde la semilla se planta en la imaginación, donde el estado deseado se forma internamente. Como los nueve meses de gestación, este es un proceso que ocurre en lo oculto, fuera de la vista del mundo.

El doce representa el reconocimiento de la identidad. Es el momento donde declaramos internamente quiénes somos en relación con nuestro deseo. Como Jesús a los doce años diciendo "en los asuntos de mi Padre me es necesario estar", es el punto donde reconocemos que el estado deseado ya es nuestro, que ya somos aquello que deseamos ser.

El dieciocho representa la vida atada. Es el período donde los sentidos contradicen nuestra asunción, donde el mundo externo aún no refleja lo que hemos aceptado internamente. Es chai, la vida oculta que debe sostenerse. Es el pollino atado a la vid, la mente cesada, la quietud mantenida. Como los dieciocho años de silencio de Jesús, es el tiempo donde la identidad se sostiene sin lucha activa, simplemente permaneciendo fiel a lo que se reconoció.

El treinta representa la manifestación pública. Es el momento donde el mundo comienza a reflejar lo que siempre fue verdad internamente. Como el inicio del ministerio de Jesús, es cuando lo oculto se hace visible, cuando la enseñanza interna se convierte en servicio externo.

Los tres del círculo interno

Entre los doce apóstoles, hay un patrón que los evangelios registran claramente. En momentos específicos, Jesús no lleva a los doce, sino solo a tres: Pedro, Jacobo y Juan.

En la transfiguración (Mateo 17:1): "Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto."

En la resurrección de la hija de Jairo (Marcos 5:37): "Y no permitió que le siguiese nadie sino Pedro, Jacobo, y Juan hermano de Jacobo."

En Getsemaní (Mateo 26:37): "Y tomando a Pedro, y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse en gran manera."

Tres momentos cruciales. En los tres, solo estos tres discípulos están presentes. La transfiguración es la revelación de la gloria oculta. La hija de Jairo es la resurrección de la niña de doce años. Getsemaní es la preparación para la muerte.

Y los doce menos tres son nueve.

3 + 9 = 12

El círculo interno (3) más los restantes (9) produce el total de la manifestación (12). El patrón está inscrito incluso en la estructura del grupo apostólico. Los tres son el proceso interno, el núcleo donde ocurren las revelaciones más profundas. Los nueve son la gestación que espera. Juntos forman el doce.

El ciento cuarenta y cuatro: el doce glorificado

En el Apocalipsis encontramos un número que aparece repetidamente: el ciento cuarenta y cuatro.

Apocalipsis 21:17 dice que el muro de la Nueva Jerusalén mide ciento cuarenta y cuatro codos.

Apocalipsis 7:4 habla de ciento cuarenta y cuatro mil sellados: "Y oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel."

144 = 12 × 12

Así como el nueve es el tres actuando sobre sí mismo (3 × 3), el ciento cuarenta y cuatro es el doce actuando sobre sí mismo (12 × 12). Es la manifestación multiplicada por la manifestación. Es la plenitud de la plenitud.

Si el nueve representa la gestación interna completa, el ciento cuarenta y cuatro representa la manifestación externa completa. Es el doce llevado a su máxima expresión.

Y los ciento cuarenta y cuatro mil no son un número literal de personas. Son el doce glorificado, multiplicado por sí mismo y luego por mil. Representan la totalidad de la manifestación divina en la humanidad redimida.

Los doce panes y las dos pilas de seis

En Levítico 24:5-6 encontramos las instrucciones para los panes de la proposición en el templo: "Y tomarás satisfecho de harina, y cocerás de ella doce tortas... Y las pondrás en dos hileras, seis en cada hilera, sobre la mesa limpia delante de satisfecho."

Doce panes. Dos hileras. Seis en cada una.

6 + 6 = 12 6 = VAV

El VAV es la sexta letra del alfabeto hebreo, con valor numérico 6. En el Nombre, el VAV es la letra de conexión, la que une lo de arriba con lo de abajo. Dos VAV producen el doce. La conexión duplicada produce la manifestación.

Los panes representaban el sustento divino para las doce tribus. Eran renovados cada sábado, el séptimo día. El seis (VAV, la conexión) multiplicado por dos, renovado en el siete (el ciclo completo), para alimentar al doce (las tribus, la manifestación del pueblo).

El árbol de la vida y sus doce frutos

Al final de las escrituras, en Apocalipsis 22:2, encontramos el árbol de la vida en la Nueva Jerusalén: "En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto."

Un árbol. Doce frutos. Uno por cada mes.

La unidad (el árbol) expresándose en la multiplicidad de la manifestación (doce frutos) a través del ciclo del tiempo (los meses). El patrón completo resumido en una sola imagen.

El árbol de la vida estaba en el Edén al principio. Está en la Nueva Jerusalén al final. Y produce doce frutos. La manifestación completa del propósito divino, accesible ahora para todos.

El cuarenta y dos: las generaciones y las estaciones

Mencionamos antes que Mateo estructura la genealogía de Cristo en tres grupos de catorce generaciones, produciendo un total de cuarenta y dos.

3 × 14 = 42

Pero hay otra forma de ver el cuarenta y dos:

42 = 6 × 7

El seis (VAV, conexión, los días de trabajo) multiplicado por el siete (el ciclo completo, el descanso). Las seis direcciones del espacio (arriba, abajo, norte, sur, este, oeste) multiplicadas por el ciclo temporal completo.

También en el Apocalipsis, el período de tribulación se mide en cuarenta y dos meses (Apocalipsis 11:2, 13:5). Y cuarenta y dos meses son tres años y medio, exactamente la mitad de siete años.

Las cuarenta y dos estaciones del éxodo de Israel por el desierto se registran en Números 33. Cuarenta y dos paradas en el viaje desde la esclavitud hasta la tierra prometida.

El cuarenta y dos es el número del viaje, del proceso a través del tiempo hacia la manifestación. Tres grupos de catorce generaciones hasta que nace el Cristo. Cuarenta y dos estaciones hasta la tierra prometida. Cuarenta y dos meses de tribulación.

El setenta y ocho: el triángulo del doce

Hay una operación matemática llamada número triangular. El triángulo de un número es la suma de todos los números desde el uno hasta ese número. Por ejemplo, el triángulo de 4 es 1+2+3+4 = 10.

El triángulo del doce es: 1+2+3+4+5+6+7+8+9+10+11+12 = 78

¿Qué es setenta y ocho?

78 = 3 × 26

Y 26 es el valor del Tetragrammaton (YOD + HE + VAV + HE = 10+5+6+5 = 26).

El triángulo del doce es el Nombre multiplicado por tres. La manifestación (12), cuando suma todo lo que contiene en sí misma, produce tres veces el Nombre divino.

También: 78 = 6 × 13

El seis es VAV. El trece es el valor de ECHAD (אחד), que significa "uno" o "unidad" (Aleph=1, Chet=8, Dalet=4).

El triángulo del doce es la conexión (VAV) multiplicada por la unidad (ECHAD). La manifestación completa contiene en sí misma la conexión con la unidad divina.

La mujer encorvada: anatomía de una liberación

Volvamos al caso de la mujer encorvada en Lucas 13:10-17, porque contiene detalles que merecen atención.

El texto dice que tenía "espíritu de enfermedad hacía dieciocho años, y andaba encorvada, y en ninguna manera se podía enderezar."

Dieciocho años encorvada. Incapaz de mirar hacia arriba. Físicamente doblada hacia la tierra.

Hay algo en esta postura que no podemos pasar por alto. Una persona encorvada, doblada sobre sí misma, incapaz de enderezarse, está en posición fetal. Es exactamente la postura del bebé en el vientre materno durante la gestación.

Y recordemos: dieciocho = chai = vida.

Vida en posición fetal durante dieciocho años. Una gestación prolongada esperando el momento de nacer.

Jesús la ve, la llama, y le dice: "Mujer, eres satisfecho de tu enfermedad." Le impone las manos y ella se endereza inmediatamente.

Cuando Jesús la libera, ella se endereza. Se pone de pie. Mira hacia arriba. Es un nacimiento. Sale de la posición fetal y nace erguida a su verdadera identidad.

Los fariseos se indignan porque la sanó en sábado. La respuesta de Jesús es reveladora. Dice en el versículo 16: "Y a esta hija de Abraham, que Satanás había atado dieciocho años, ¿no se le debía desatar de esta ligadura en el día de sábado?"

Jesús la llama "hija de Abraham". Le reconoce su identidad. No es simplemente una mujer enferma. Es hija de Abraham, heredera de la promesa. Y había estado "atada" dieciocho años.

Dieciocho = chai = vida. Pero una vida atada, encorvada, en posición fetal, incapaz de nacer. Vida que existe pero no se manifiesta en plenitud.

Y la liberación ocurre en sábado, el séptimo día, el día de reposo, el día donde Dios completó su obra.

El patrón es claro: dieciocho años de vida oculta, atada, en gestación, y luego la liberación que permite enderezarse, nacer, y mirar hacia arriba. El texto está describiendo un nacimiento espiritual. La mujer estaba gestándose durante dieciocho años en posición fetal, y Jesús la hace nacer a su verdadera identidad como hija de Abraham. El mismo patrón de los dieciocho años de silencio de Jesús antes del ministerio público.

La espera que no es vacía

Hay algo crucial que debemos entender sobre estos períodos de espera, ya sean los dieciocho años de Jesús, los dieciocho años de la mujer encorvada, o los dieciocho años de Israel bajo opresión.

El texto guarda silencio, pero eso no significa que nada ocurra. Al contrario. Es en el silencio donde la transformación más profunda tiene lugar.

La semilla enterrada en la tierra no hace ruido. No hay espectadores. No hay aplausos. Solo oscuridad y presión. Pero es exactamente ahí, en lo oculto, donde germina y echa raíces.

El dieciocho (chai, vida) es precisamente eso: vida que existe antes de ser vista. Identidad que se sostiene sin validación externa. Fe que persiste cuando los sentidos la contradicen.

Jesús a los doce años sabía quién era: "En los negocios de mi Padre me es necesario estar." Pero el mundo no lo sabía. Y durante dieciocho años esa identidad se fortaleció en lo oculto, sin ministerio público, sin milagros visibles, sin reconocimiento. Solo cuando ese proceso de maduración se completó, a los treinta años, comenzó la manifestación pública.

La secuencia completa integrada

Reunamos ahora todo lo que hemos descubierto en una secuencia coherente:

El TRES es el proceso de transformación. Es el valor reducido de YHV (21 → 2+1 = 3). Es el intervalo entre estados. Los tres días en la tumba, los tres años de ministerio, los tres años entre el inicio de la pubertad y la menarquia, los tres discípulos del círculo interno. Donde hay tres, hay transformación en proceso.

El NUEVE es la gestación completa. Es 3 × 3, el proceso actuando sobre sí mismo. Es el fruto maduro internamente pero aún no manifestado externamente. Los nueve meses en el vientre, el inicio del proceso puberal a los nueve años, la hora novena en la cruz cuando Jesús dice "Consumado es." El nueve marca la culminación del trabajo interno.

El DOCE es la manifestación. Es 3 × 4, el proceso actuando sobre el mundo material. Es la capacidad de expresar externamente lo que se gestó internamente. La menarquia a los doce años, los doce apóstoles, las doce tribus, las doce permutaciones del Nombre, la resurrección como resultado de 9 + 3. El doce es lo interno haciéndose visible.

El DIECIOCHO es la vida atada. Es 9 × 2, la gestación confrontada con la dualidad del mundo externo. Es chai, la vida que se sostiene internamente aunque los sentidos la nieguen. Es el pollino atado a la vid, la mente cesada, la quietud sostenida. Los dieciocho años de sometimiento antes de la liberación en Jueces, los dieciocho años de la mujer encorvada en posición fetal, los dieciocho años de silencio de Jesús entre el templo y el ministerio. El dieciocho es vida esperando nacer.

El VEINTIUNO es el proceso interno del Nombre. Es YOD + HE + VAV = 10 + 5 + 6 = 21. Son las tres primeras letras del Tetragrammaton antes de la HE final de manifestación.

El VEINTISÉIS es el Nombre completo. Es YHVH = 10 + 5 + 6 + 5 = 26. Es el proceso interno (21) más la manifestación (5). Es la totalidad del Nombre divino.

El TREINTA es el servicio. Es 3 × 10, el proceso actuando sobre el ciclo completo. Es el valor de LAMED, la letra que significa enseñar. Es la edad donde los levitas comenzaban su servicio, donde David comenzó a reinar, donde José entró al servicio del Faraón, donde Jesús inició su ministerio. El treinta es la madurez puesta al servicio.

El TREINTA Y TRES es la culminación. Es 12 + 21, la manifestación unida al proceso interno del Nombre. Es 30 + 3, el servicio más la transformación final. Es la edad de la muerte y resurrección de Cristo, donde el ciclo se completa.

El CUARENTA es la prueba activa. Es 8 × 5, el nuevo comienzo multiplicado por la manifestación. Es 4 × 10, el mundo material atravesado en un ciclo completo. Los cuarenta días del diluvio, los cuarenta años en el desierto, los cuarenta días de ayuno de Jesús. A diferencia del dieciocho que es quietud y espera, el cuarenta implica acción, resistencia, un proceso que debe ser transitado conscientemente.

El CUARENTA Y DOS es el viaje. Es 3 × 14 (tres veces David), es 6 × 7 (conexión por ciclo completo). Son las generaciones hasta Cristo, las estaciones del éxodo, los meses de tribulación.

El CIENTO CUARENTA Y CUATRO es la manifestación glorificada. Es 12 × 12, la manifestación actuando sobre sí misma. Es el muro de la Nueva Jerusalén, el número de los sellados. Es la plenitud de la plenitud.

El propósito de la codificación

¿Por qué los antiguos sabios codificaron estas verdades en números? ¿Por qué no simplemente escribirlas en lenguaje claro?

Hay varias razones.

Primera: lo que se entiende fácilmente se olvida fácilmente. El conocimiento que requiere esfuerzo para ser descubierto se valora más y se retiene mejor. Los números obligan al estudiante a trabajar, a meditar, a hacer conexiones.

Segunda: los números son universales. Los idiomas cambian, las palabras se transforman, los significados se desvían con el tiempo. Pero 3 × 4 = 12 en cualquier cultura, en cualquier época. La verdad codificada numéricamente es inmune a las distorsiones de la traducción.

Tercera: los números crean múltiples niveles de lectura. El texto puede leerse literalmente como historia. Puede leerse moralmente como enseñanza ética. Puede leerse alegóricamente como símbolo. Y puede leerse anagógicamente, en su sentido más elevado, a través de los números. Cada nivel es válido; cada nivel revela algo diferente.

Cuarta: la codificación protege el conocimiento. No todos están listos para ciertas verdades. Los números actúan como una llave que solo abre la puerta para quien tiene ojos para ver.

El cuerpo como escritura

Quizás lo más asombroso de todo esto es que el patrón no solo está en los textos. Está inscrito en el cuerpo humano mismo.

La mujer lleva en su biología el proceso creativo divino. A los nueve años comienza la transformación interna. A los doce años alcanza la capacidad de dar vida. Su cuerpo es un texto sagrado que puede leerse con las mismas claves que las escrituras.

El embarazo dura nueve meses. El proceso de gestación sigue el mismo patrón del nueve como culminación interna.

El bebé cumple un año a los doce meses. El primer ciclo completo de vida manifiesta sigue el patrón del doce como manifestación.

No son los sabios quienes inventaron estos números. Los descubrieron. Los reconocieron en la creación y los utilizaron conscientemente en los textos para señalar hacia la estructura profunda de la realidad.

Como dijo el salmista: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos" (Salmo 19:1). Pero no solo los cielos. También el cuerpo. También los ciclos. También los números.

El proceso creativo en ti

Todo esto que hemos explorado no es conocimiento abstracto para admirar desde lejos. Es un mapa del proceso que ocurre en ti cada vez que deseas crear algo en tu vida.

Cuando un deseo nace en ti, cuando imaginas un estado diferente al que vives actualmente, estás en el momento de la concepción. La semilla se ha plantado. Estás en el nueve.

Cuando reconoces internamente que ese estado ya es tuyo, cuando declaras en lo secreto de tu corazón "yo soy eso que deseo ser", has llegado al doce. Como Jesús a los doce años diciendo "en los negocios de mi Padre me es necesario estar", has reconocido tu identidad.

Luego viene el dieciocho. La vida atada. El período donde los sentidos gritan que nada ha cambiado, donde el mundo externo contradice tu asunción interna. Aquí es donde muchos abandonan. Aquí es donde la mujer permaneció encorvada en posición fetal, esperando nacer. Pero el dieciocho es chai, es vida. La vida existe aunque no se vea. Tu asunción es real aunque el mundo no la refleje todavía. Es el pollino atado a la vid, la mente cesada, la quietud mantenida sin lucha.

Si persistes, si te mantienes fiel a la identidad que asumiste, llega el treinta. La manifestación comienza a hacerse visible. Lo que sostuviste en lo oculto empieza a mostrarse en lo público. El ministerio comienza. Tu estado interno se convierte en tu realidad externa.

Neville lo dijo de muchas maneras: el estado asumido, sostenido fielmente, se endurece en hecho. Los números bíblicos nos muestran la anatomía de ese proceso. Nos dicen que hay etapas, que hay tiempos, que hay una estructura.

No estamos a ciegas. El mapa está ahí para quien quiera leerlo.

Verónica me pidió un post sobre números y símbolos bíblicos. Lo que comenzó como una respuesta a su petición se convirtió en un viaje que me llevó mucho más profundo de lo que anticipaba.

Empecé con una curiosidad: ¿por qué las niñas en la antigüedad eran casadas a los doce años? Esa pregunta me llevó al nueve, al tres, al doce, al dieciocho, al veintiuno, al treinta y tres. Me llevó al Tetragrammaton y sus permutaciones. Me llevó a la crucifixión y la resurrección. Me llevó al cuerpo femenino como texto sagrado.

Lo que encontré no es especulación. Son patrones verificables. Son números que se repiten consistentemente. Son estructuras que aparecen una y otra vez en contextos diferentes, pero con la misma lógica interna.

Los antiguos sabios conocían algo que nosotros hemos olvidado. Sabían que la realidad tiene una estructura matemática profunda. Sabían que los mismos patrones que gobiernan los cielos gobiernan el cuerpo, gobiernan el tiempo, gobiernan el proceso de la creación. Y codificaron ese conocimiento en textos que hemos leído durante milenios sin ver completamente lo que contenían.

Mi esperanza es que este recorrido haya abierto puertas. No solo puertas de conocimiento intelectual, sino puertas de reconocimiento. Que puedan ver en su propia vida los patrones que hemos explorado. Que cuando atraviesen períodos de espera y aparente inacción, recuerden el dieciocho, el chai, la vida oculta que se sostiene, el pollino atado a la vid. Que cuando sientan que algo culmina internamente, reconozcan el nueve. Que cuando algo finalmente se manifieste, celebren el doce.

Somos parte de un proceso mucho más grande de lo que imaginamos. Y ese proceso tiene una estructura. Conocerla nos ayuda a vivirla con mayor consciencia y mayor paz.

Gracias, Verónica, por la pregunta que inició este viaje.

Y gracias a todos los que llegaron hasta aquí.


Que la paz y la abundancia estén siempre con ustedes.

 

Marcos Sanz.


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