EL CABALLO DE TROYA: El Secreto Detrás de la Historia.
- Marcos Sanz
- hace 2 días
- 18 Min. de lectura
Hola amigos, un saludo a todos ustedes, espero que se encuentren muy bien. Hoy quiero compartir con ustedes una enseñanza que llevo guardada en mi corazón desde hace tiempo, una historia que en su momento publiqué en este grupo pero cuyo verdadero significado permanecía oculto, esperando el momento adecuado para ser revelado.
Lo que van a leer hoy es el testimonio de cómo la ley de asunción operó en mi propia vida durante uno de los momentos más difíciles que he atravesado, y cómo utilicé la escritura misma como un acto de fe, como una técnica de manifestación que sostuvo mi asunción hasta que finalmente se cristalizó en el mundo tridimensional.
Antes de revelar la historia completa, necesito establecer el fundamento sobre el cual descansa esta enseñanza, porque sin comprender el mecanismo que hace posible lo que voy a relatar, la historia sería simplemente una anécdota curiosa y no la lección transformadora que pretendo que sea para cada uno de ustedes.
Primera Parte: La Rueda del Alfarero y el Arte de Redirigir el Sentimiento
Existe un pasaje en el libro del profeta Jeremías que contiene una de las claves más poderosas para comprender cómo funciona nuestra imaginación creadora. Dice así: "Palabra de Jehová que vino a Jeremías, diciendo:
"Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis palabras. Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel."
Neville nos enseñó que la palabra "alfarero" en este pasaje, cuando se traduce desde su raíz original, significa "imaginación". Lo que el profeta está describiendo no es simplemente una visita a un artesano trabajando en su taller, sino una revelación sobre la naturaleza de nuestra propia conciencia creadora. Dios, que es nuestra propia conciencia profunda, es el alfarero, y nosotros somos el barro en sus manos. Pero aquí está la clave que frecuentemente se pasa por alto: nosotros somos tanto el alfarero como el barro, tanto el creador como la creación, tanto el que moldea como lo que es moldeado.
La vasija representa cada imagen que sostenemos en nuestra conciencia, cada concepto que tenemos de nosotros mismos y de nuestra vida. Cuando miramos nuestra situación actual y vemos algo que no nos satisface, cuando experimentamos carencia, separación, enfermedad o cualquier estado indeseado, estamos contemplando una vasija deforme, una vasija que se ha echado a perder en nuestras manos. Y el pasaje nos dice algo extraordinario: el alfarero puede rehacer esa vasija si le parece mejor hacerla. No está condenado a mantener la forma defectuosa, no está obligado a conservar la imagen distorsionada. Puede volver a trabajar el barro y darle una forma nueva, una forma que corresponda con su visión más elevada.
Pero hay un elemento en este proceso que requiere nuestra atención especial: la rueda. El texto dice que el alfarero trabajaba sobre la rueda. Esta rueda es la energía creativa de la imaginación en movimiento, el ciclo constante de creación que transforma el barro informe en una vasija definida. Y esta rueda necesita algo para girar, necesita una fuerza que la impulse, necesita energía. Esa energía es el sentimiento.
El sentimiento es lo que hace girar la rueda del alfarero. Sin sentimiento, la rueda permanece estática y el barro no puede ser moldeado. Con sentimiento, la rueda gira y la imaginación puede darle forma al barro de nuestra conciencia. Pero aquí viene la revelación crucial que quiero que comprendan antes de continuar con la historia: el sentimiento no determina la forma de la vasija.
El sentimiento solo proporciona la energía para que la rueda gire. Es la imaginación, es la imagen que sostenemos, la que determina qué forma tomará la vasija.
Esto significa algo extraordinario para nuestra práctica. Significa que cualquier sentimiento puede ser utilizado para mover la rueda, no solamente los sentimientos que consideramos positivos. La tristeza puede mover la rueda. La frustración puede mover la rueda. La añoranza puede mover la rueda. El sentimiento es energía pura, y la energía no discrimina hacia dónde fluye, simplemente fluye hacia donde la dirigimos. Es como la electricidad que puede encender tanto una lámpara como un refrigerador, tanto un televisor como una computadora. La electricidad no pregunta qué aparato es mejor o peor, simplemente fluye hacia el aparato que conectamos.
Neville contó una historia en su conferencia "Imaginar es Crear" que ilustra perfectamente este principio. Habló de una joven mujer cuyo padre había muerto recientemente. Ella se había mudado a San Francisco y una tarde iba en un tranvía cuando la tristeza la embargó de tal manera que las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos. Era un sentimiento profundo, intenso, poderoso. Pero en lugar de simplemente llorar por su pérdida, en lugar de permitir que ese sentimiento siguiera alimentando la imagen de su dolor, ella hizo algo extraordinario. Se dijo a sí misma: "Este no es un tranvía. Este es un barco entrando en la bahía de Samoa."
Observen lo que hizo. No intentó detener sus lágrimas. No intentó forzar un sentimiento de alegría artificial. No luchó contra la tristeza que estaba experimentando. Lo que hizo fue cambiar la imagen mientras el sentimiento fluía. El sentimiento seguía ahí, la energía emocional seguía presente, la rueda seguía girando. Pero ahora esa energía estaba moldeando una vasija diferente, estaba dando forma a una imagen nueva. Y semanas después, esa mujer se encontraba literalmente en un barco entrando en la bahía de Samoa.
Esta técnica de utilizar el sentimiento presente, sea cual sea su naturaleza, para energizar una imagen nueva es lo que yo llamo "el Caballo de Troya". Y para explicar por qué uso este nombre, debo contarles brevemente la historia de la que proviene.
En la antigüedad épica griega, existía una ciudad llamada Troya que era considerada impenetrable. Sus murallas eran tan altas y fuertes que ningún ejército había logrado conquistarla. Los Aqueos, liderados por grandes guerreros como Aquiles y Odiseo, habían sitiado la ciudad durante diez largos años sin lograr atravesar sus defensas. Parecía una situación imposible, una fortaleza que nunca caería.
Entonces Odiseo, conocido por su astucia, concibió un plan extraordinario. Los Aqueos construyeron un gigantesco caballo de madera y lo dejaron frente a las puertas de Troya como un aparente tributo, como una ofrenda de rendición. Luego fingieron retirarse, haciendo creer a los troyanos que finalmente habían abandonado el sitio y aceptado la derrota. Los troyanos, creyendo haber ganado la guerra, introdujeron el caballo dentro de las murallas de la ciudad como un trofeo de su victoria. Esa noche, mientras toda Troya dormía después de celebrar su triunfo, Aquiles, Odiseo y un grupo selecto de soldados que habían permanecido ocultos en el interior hueco del caballo salieron sigilosamente. Abrieron las puertas de la ciudad desde adentro y permitieron que el ejército Aqueo, que había regresado bajo el amparo de la oscuridad, entrara y conquistara finalmente la ciudad impenetrable.
Esta historia contiene un simbolismo espiritual profundo. El Caballo de Troya representa el arte de introducir algo en secreto, de hacer que aquello que no podía entrar por la fuerza entre disfrazado de otra cosa. En nuestro contexto, significa introducir una nueva imagen dentro de un sentimiento que ya existe, engañar a nuestra propia conciencia para que acepte una vasija nueva utilizando la energía emocional que ya está fluyendo.
Nuestra mente consciente, nuestra razón, es como las murallas de Troya. Cuando intentamos forzar un sentimiento positivo mientras estamos experimentando dolor, tristeza o frustración, esas murallas se resisten. La razón dice: "Esto no es real, estoy triste, las cosas están mal." Y tiene razón desde su perspectiva, porque está mirando la evidencia de los sentidos, está contemplando la vasija deforme que actualmente existe. Intentar asaltar esas murallas frontalmente, intentar forzar alegría cuando hay dolor, frecuentemente fracasa y nos deja más exhaustos y frustrados que antes.
Pero el Caballo de Troya ofrece otra vía. En lugar de luchar contra el sentimiento presente, lo utilizamos. Dejamos que el sentimiento fluya, dejamos que las lágrimas caigan si necesitan caer, dejamos que la energía emocional esté presente en toda su intensidad. Pero mientras eso ocurre, secretamente introducimos una imagen diferente. La mujer en el tranvía no dejó de llorar, pero cambió el escenario: ya no era un tranvía en San Francisco sino un barco entrando en la bahía de Samoa. El sentimiento continuó fluyendo, pero ahora estaba energizando una vasija completamente diferente.
Esta es la técnica. Este es el Caballo de Troya. Usar el sentimiento que ya está presente, sea cual sea, para mover la rueda del alfarero mientras nuestra imaginación moldea una nueva vasija.
Ahora que he establecido este fundamento, estoy listo para contarles la historia completa, la historia que escribí y publiqué en este grupo el 24 de mayo de un año que cambió mi vida, la historia cuyo verdadero significado ha permanecido oculto hasta hoy.
Segunda Parte: La Historia Detrás de la Historia
El 24 de mayo del año 2021 publiqué en este grupo una historia Titulada: "El Caballo de Troya", y que comenzaba así:
"Tengo una señora amiga mía, con la cual tuve una conversación hace unos dos meses atrás."
Esa publicación hablaba sobre el poder de redirigir nuestros sentimientos, sobre cómo utilizar la técnica del Caballo de Troya para transformar una situación de dolor en una oportunidad de creación consciente.
En esa historia, relataba cómo mi amiga lloraba por su nieta de siete años que vivía en otro país, a quien no había visto desde el año 2018, y cómo siempre aparecían obstáculos que impedían el reencuentro. Contaba cómo le enseñé a usar su tristeza como energía para mover la rueda del alfarero mientras cambiaba la imagen, cómo le sugerí que cuando sintiera esa tristeza imaginara que estaba llorando por una película mientras su nieta estaba sentada junto a ella abrazándola.
Y al final de esa publicación, escribí algo que en ese momento parecía simplemente el cierre de una historia con final feliz: "Mi amiga me llamó hace un par de días, estaba en su casa junto a su nieta viendo una película."
Hoy voy a revelarles la verdad detrás de esa historia.
Esa amiga no era una amiga cualquiera. Esa amiga era mi madre. Y esa nieta por la que lloraba no era simplemente su nieta. Era mi hija.
Esto es algo personal y que ya he compartido acá en el grupo. En el año 2018, mi vida atravesó uno de esos terremotos que sacuden todo hasta los cimientos. Mi esposa de ese entonces y yo nos separamos, y ella se llevó a nuestros tres hijos a vivir a otro país. Recuerdo ese día con una claridad que el tiempo no ha logrado difuminar. Los vi partir, vi cómo se alejaban, vi cómo la puerta se cerraba detrás de ellos. La casa quedó en un silencio que parecía tener peso, que parecía ocupar espacio, que parecía respirar con una presencia propia.
Mi madre estaba conmigo ese día. Me preguntó si quería que se quedara a acompañarme, si necesitaba que alguien estuviera ahí en esas primeras horas de una nueva realidad que yo todavía no sabía cómo habitar. Le dije que no, que estaba bien, que podía quedarme solo. No era orgullo ni era negación. Era algo diferente. Era que necesitaba estar a solas con mi conciencia para hacer lo que sabía que debía hacer.
Cuando la puerta se cerró y quedé completamente solo en esa casa que ahora parecía demasiado grande, demasiado vacía, demasiado silenciosa, hice algo que definiría los siguientes años de mi vida. Me hice un decreto. No una esperanza, no un deseo, no una oración pidiendo algo que tal vez podría ocurrir. Un decreto, una declaración, una sentencia pronunciada desde la autoridad de mi propia conciencia de ser.
Dije: "Mis hijos regresarán conmigo y yo no tendré que mover un dedo para que eso ocurra."
Observen la estructura de ese decreto. No dije "ojalá regresen" porque eso habría sido expresar duda disfrazada de esperanza. No dije "voy a luchar para que regresen" porque eso habría sido declarar que necesitaba manipular las circunstancias externas. No dije "si Dios quiere regresarán" porque eso habría sido poner la responsabilidad fuera de mí mismo, en alguna deidad externa que podría o no conceder mi petición. Dije "regresarán" con la misma certeza con que diría "el sol saldrá mañana". Y añadí "no tendré que mover un dedo" porque sabía que la ley opera sin necesidad de nuestra interferencia una vez que la asunción está firmemente establecida.
Este decreto se convirtió en mi ancla durante los años siguientes. Hubo momentos difíciles, no voy a negarlo. Hubo videollamadas donde podía ver a mis hijos pero no podía abrazarlos. Hubo cumpleaños celebrados a través de una pantalla. Hubo noches donde el silencio de la casa era más elocuente que cualquier palabra. Pero el decreto permanecía. La asunción estaba establecida. Mis hijos regresarían conmigo.
Durante ese tiempo, observé algo que me causaba un dolor particular. Mi madre, la abuela de mis hijos, sufría enormemente por la separación. Especialmente por mi hija menor, que tenía una conexión especial con ella. No la había visto desde 2018, y cada vez que hablábamos del tema, notaba cómo se formaba un nudo en su garganta, cómo tragaba sus lágrimas intentando mantenerse entera, cómo la tristeza se asomaba en sus ojos aunque ella intentara disimularla.
Un día tuvimos una conversación donde ese dolor se hizo visible de manera particularmente intensa. Ella mencionó el nombre de mi hija y de inmediato se emocionó hasta las lágrimas. Vi cómo intentaba contener el llanto, cómo se tragaba las lágrimas, cómo trataba de recomponerse para continuar la conversación. Y en ese momento, algo se movió en mí. No podía simplemente observar su dolor sin hacer nada. Tenía que compartir con ella lo que yo sabía, tenía que enseñarle la técnica que yo mismo estaba utilizando.
Le expliqué lo que les he explicado a ustedes sobre el alfarero y la vasija, sobre el sentimiento que mueve la rueda, sobre el Caballo de Troya. Le dije que no necesitaba tragarse sus lágrimas, que esas lágrimas eran energía pura, que ese sentimiento era exactamente lo que necesitaba para mover la rueda del alfarero. Lo que necesitaba cambiar no era el sentimiento sino la imagen a la que ese sentimiento estaba unido.
Le pregunté: "¿Acaso no podrías estar viendo una película que te genere una tristeza de ese tipo?" Ella me dijo que sí, que le había pasado, que había películas que la habían llevado hasta las lágrimas. Entonces le dije: "Ahí tienes tu Caballo de Troya. Cuando sientas esa tristeza, no la rechaces. Pero cambia la imagen. No estás triste porque tu nieta está lejos. Estás triste por una película que estás viendo. Y mientras lloras por esa película, tu nieta está sentada junto a ti, abrazándote."
Esa conversación ocurrió en la realidad. Esa técnica se la enseñé a mi madre en la realidad. Pero lo que hice después fue algo diferente, algo que en ese momento nadie más que yo sabía.
Decidí escribir esa conversación como una publicación para el grupo. Pero no la escribí simplemente como un testimonio de lo que había enseñado. La escribí como una historia con final feliz. La escribí como si el reencuentro ya hubiera ocurrido. La escribí desde el final.
Cuando escribí "Mi amiga me llamó hace un par de días, estaba en su casa junto a su nieta viendo una película", mis hijos todavía no habían regresado. Mi madre todavía no se había reunido físicamente con mi hija. Esa escena no había ocurrido en el mundo tridimensional. Pero en mi imaginación, en el mundo donde toda creación tiene su origen, esa escena era absolutamente real. Yo la estaba viendo, la estaba sintiendo, la estaba viviendo mientras escribía esas palabras.
La publicación misma se convirtió en mi acto de asunción. Cada palabra que escribía era una afirmación del estado deseado. Cada oración era un ladrillo en la construcción de la nueva vasija. Al escribir que el reencuentro ya había ocurrido, estaba habitando ese estado, estaba viviendo desde el final, estaba plantando una semilla en el suelo fértil de mi propia conciencia.
Y había algo más, algo que añadía poder a este acto. Al publicarlo, al compartirlo con el grupo, estaba haciendo una declaración pública. Estaba poniendo mi palabra en el mundo. Estaba cerrando puertas a la duda porque ya había dicho, ya había escrito, ya había declarado que ocurrió. Es como firmar un contrato con la realidad. Una vez que has puesto tu nombre en el documento, ya no puedes pretender que no existe.
Disfracé la historia hablando de "una amiga" y "su nieta" en lugar de "mi madre" y "mi hija" por varias razones. Primero, porque Jesús enseñó: "Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará públicamente." Había un trabajo interior que debía permanecer en secreto, una oración que debía hacerse a puerta cerrada. Al disfrazar los personajes, podía compartir la enseñanza sin exponer mi situación personal, podía plantar mi semilla en secreto mientras aparentemente solo estaba enseñando a otros.
Segundo, porque no quería simpatía ni validación externa. No quería que nadie asumiera por mí ni que nadie sintiera lástima por mi situación. La ley de asunción es personal, es interior, es secreta. Cada uno debe hacer su propio trabajo. Pedir que otros crean por nosotros es negar nuestro propio poder, es rechazar el talento que a todos se nos ha dado por igual: el talento de imaginar.
Y tercero, porque al escribir la historia como si fuera sobre otra persona, podía verla con mayor claridad, podía sentirla con mayor objetividad, podía habitarla sin la interferencia de mi propia mente consciente que constantemente querría recordarme que "eso todavía no ha pasado". El disfraz era parte del Caballo de Troya.
Esa publicación fue hecha el 24 de mayo del año 2021. Durante los meses siguientes, la vida continuó. Hubo videollamadas, hubo conversaciones, hubo el fluir normal de los días. Y durante todo ese tiempo, la semilla estaba germinando en silencio, en las profundidades donde la conciencia hace su trabajo creativo, lejos de la interferencia de la mente consciente.
Entonces llegó el 21 de diciembre.
Mis hijos vinieron a visitarme para las vacaciones. Fue un reencuentro hermoso, cargado de abrazos largos y conversaciones que intentaban comprimir años en días. Pero lo que ocurrió después fue lo que completó la manifestación del decreto que había hecho años atrás.
Durante su visita, mis hijos hablaron con su madre. Le dijeron que querían vivir conmigo. No fui yo quien lo sugirió, no fui yo quien lo planteó, no fui yo quien movió esa pieza. Ellos, desde su propia voluntad, desde su propio deseo, expresaron lo que querían. Y su madre estuvo de acuerdo.
"Mis hijos regresarán conmigo y yo no tendré que mover un dedo para que eso ocurra."
El decreto se manifestó exactamente como lo había pronunciado. Ellos tomaron la decisión. Ellos hablaron con su madre. Ella aceptó. Yo no moví un dedo. La ley hizo todo el trabajo.
Y mi madre, finalmente, pudo abrazar a su nieta. Pudo sentarse junto a ella en el sofá. Pudo ver películas con ella. La vasija deforme había sido rehecha. La imagen de separación había sido reemplazada por la imagen de reunión. El Caballo de Troya había cumplido su propósito.
Tercera Parte: Las Lecciones Contenidas en Esta Historia
Hay varias enseñanzas entretejidas en esta historia que quiero hacer explícitas para que puedan aplicarlas en sus propias vidas.
La primera lección es sobre el poder del decreto. Un decreto no es un deseo ni una esperanza ni una petición. Un decreto es una sentencia pronunciada desde la autoridad de tu propia conciencia de ser. Cuando dije "mis hijos regresarán conmigo", no estaba pidiendo permiso a nadie, no estaba rogando a ninguna fuerza externa, no estaba expresando una preferencia que podría o no cumplirse. Estaba declarando lo que sería, estaba pronunciando sentencia sobre mi propia realidad, estaba ejerciendo la autoridad que todo ser humano tiene sobre su propia experiencia.
La estructura del decreto importa. Observen que usé el futuro afirmativo: "regresarán". Desde la perspectiva de la conciencia, el futuro afirmativo es tan poderoso como el presente porque expresa certeza absoluta. No hay duda en "regresarán". No hay condicional. No hay "si" ni "tal vez" ni "ojalá". Es una declaración de hecho, solo que el hecho se manifestará en lo que llamamos futuro pero que en la conciencia ya existe en el eterno ahora.
Y añadí "no tendré que mover un dedo" porque sabía que la tentación de interferir, de manipular, de forzar, siempre está presente. El hombre exterior quiere hacer algo, quiere sentir que tiene control, quiere mover piezas en el tablero externo. Pero la ley no necesita nuestra ayuda una vez que la asunción está establecida. De hecho, nuestra interferencia frecuentemente obstaculiza el proceso porque viene acompañada de ansiedad, de duda, de la sensación de que si no hacemos algo, nada ocurrirá. Al declarar que no movería un dedo, estaba renunciando a esa tentación de antemano, estaba comprometiéndome con la fe pura en la operación de la ley.
La segunda lección es sobre el uso del sentimiento. La mayoría de las personas creen que necesitan generar sentimientos positivos para manifestar. Creen que deben sentir alegría, entusiasmo, gratitud. Y cuando están experimentando dolor, tristeza o frustración, creen que no pueden hacer el trabajo de manifestación porque están en el "estado emocional incorrecto".
Esta creencia es un malentendido fundamental. El sentimiento es energía, y la energía no tiene cualidad moral. No hay sentimientos "correctos" o "incorrectos" para manifestar. Hay solo energía que puede ser dirigida hacia cualquier imagen que elijamos. La mujer en el tranvía de San Francisco estaba llorando, estaba en lo que muchos llamarían un estado negativo, y sin embargo usó esa misma energía emocional para manifestar su viaje a Samoa.
El Caballo de Troya es la técnica que permite esto. No luchas contra el sentimiento presente, no intentas reemplazarlo con otro sentimiento, no te resistes a lo que estás experimentando. Permites que el sentimiento fluya, permites que la energía esté presente, permites que la rueda gire. Pero mientras eso ocurre, cambias la imagen. Introduces secretamente una vasija nueva para que esa energía la moldee.
Mi madre no necesitaba dejar de estar triste por mi hija. Necesitaba permitir que esa tristeza fluyera mientras imaginaba una escena diferente: estar triste por una película mientras mi hija estaba sentada junto a ella. El sentimiento era el mismo, la intensidad era la misma, las lágrimas eran las mismas. Pero la imagen había cambiado, y por lo tanto la vasija que se estaba moldeando era diferente.
La tercera lección es sobre el poder de la escritura como técnica de manifestación. Cuando escribimos algo, estamos obligados a articularlo con detalle, a darle forma concreta, a sacarlo del mundo nebuloso de los pensamientos vagos y cristalizarlo en palabras específicas. No puedes escribir "estaban en su casa junto a su nieta viendo una película" sin ver esa escena en tu imaginación, sin habitarla momentáneamente, sin sentir algo de su realidad.
La escritura también crea un registro, un ancla, un recordatorio tangible de la asunción que hiciste. En los momentos de duda, puedes volver a leer lo que escribiste y recordar el estado que habitaste cuando lo escribías. Las palabras están ahí, fijas, inmutables, testificando la realidad de tu asunción aunque la evidencia de los sentidos todavía no la confirme.
Y cuando publicas lo que escribiste, cuando lo compartes con otros, añades otro nivel de compromiso. Has puesto tu palabra en el mundo. Has hecho una declaración pública. Ya no puedes pretender que no dijiste lo que dijiste, que no escribiste lo que escribiste. La mente consciente tiene más dificultad para retractarse de algo que ha sido declarado públicamente que de algo que solo fue pensado en privado.
La cuarta lección es sobre el secreto. Jesús enseñó que debemos orar en secreto, a puerta cerrada, y que el Padre que ve en lo secreto nos recompensará públicamente. Hay un poder en mantener nuestras asunciones ocultas, en no exponerlas a la opinión de otros, en protegerlas del escepticismo ajeno y de nuestra propia necesidad de validación externa.
Al disfrazar mi historia, al hablar de "una amiga" cuando en realidad hablaba de mi madre, estaba protegiendo mi asunción mientras simultáneamente la reforzaba a través de la escritura y la publicación. Nadie en el grupo sabía que estaba hablando de mi propia situación. Nadie podía dudar, cuestionar, ofrecer simpatía no solicitada o consejo bienintencionado pero contraproducente. Mi trabajo interior permanecía en secreto, y ese secreto lo protegía.
La quinta lección es sobre la paciencia y la confianza en el proceso. Entre el decreto original y su manifestación pasaron años. Entre la publicación del 24 de mayo y el reencuentro del 21 de diciembre pasaron casi siete meses. En ningún momento durante ese tiempo la manifestación estaba garantizada desde la perspectiva de la evidencia externa. Los niños seguían en otro país, las circunstancias seguían siendo las mismas, nada visible había cambiado.
Pero la semilla estaba germinando. En las profundidades invisibles de la conciencia, en ese suelo fértil donde la imaginación hace su trabajo creativo, algo estaba creciendo. No podía verlo con mis ojos físicos, no podía tocarlo con mis manos, no podía mostrárselo a nadie. Pero sabía que estaba ahí porque había plantado la semilla, porque había hecho el trabajo, porque la ley es ley y opera infaliblemente una vez que las condiciones se cumplen.
La fe no es creer en algo que sabemos que es falso. La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Es saber que la semilla germinará aunque no podamos ver sus raíces creciendo bajo la tierra. Es confiar en el proceso aunque el proceso sea invisible. Es mantener la asunción aunque los sentidos reporten lo contrario.
La sexta y última lección es sobre el cumplimiento literal del decreto. Yo dije "regresarán" y regresaron. Dije "no tendré que mover un dedo" y no moví un dedo. La manifestación vino exactamente en la forma que había declarado. Fueron ellos quienes expresaron el deseo de vivir conmigo. Fue su madre quien aceptó. Yo no tuve que manipular, convencer, negociar ni forzar absolutamente nada.
Esto nos enseña algo importante sobre cómo formular nuestros decretos. Las palabras importan. La estructura importa. Si yo hubiera dicho "voy a traer a mis hijos de regreso", tal vez hubiera tenido que emprender acciones, luchar batallas legales, mover piezas en el tablero externo. Pero al declarar que regresarían sin que yo tuviera que mover un dedo, establecí no solo el resultado sino también el camino hacia ese resultado.
Sean precisos en sus decretos. Sean específicos sobre lo que declaran. Y confíen en que la ley encontrará el camino para manifestar exactamente lo que han declarado, frecuentemente de maneras que jamás habrían podido anticipar o planificar.
Esta es la historia completa, la historia detrás de la historia. La comparto con ustedes no para impresionarlos sino para inspirarlos, no para que admiren lo que yo hice sino para que comprendan lo que ustedes pueden hacer. El mismo poder que operó en mi vida opera en la de ustedes. La misma ley que manifestó el regreso de mis hijos puede manifestar cualquier cosa que declaren con la misma fe, la misma persistencia, la misma paciencia.
Cada uno de ustedes tiene vasijas deformes en su vida, imágenes que no corresponden con lo que desean experimentar, situaciones que les causan dolor o frustración. Y cada uno de ustedes tiene acceso al mismo alfarero, a la misma rueda, al mismo barro, al mismo aceite del sentimiento. Pueden rehacer esas vasijas si les parece mejor hacerlas. Pueden usar cualquier sentimiento que estén experimentando para mover la rueda. Pueden introducir el Caballo de Troya y cambiar la imagen mientras la energía emocional fluye.
Y pueden escribir sus historias con final feliz antes de que ese final se haya manifestado en el mundo externo. Pero recuerden usar la suplantación, deben mantener el secreto, si decretan publicamente y en primera persona pueden interferir en el proceso.
Pueden vivir desde el final en sus palabras, en sus pensamientos, en sus asunciones. Pueden plantar semillas en el suelo fértil de su conciencia y confiar en que germinarán en su debido tiempo.
Porque esta es la ley, y la ley no falla.
Que la paz y la abundancia estén siempre con ustedes.
Marcos Sanz.
Para los que quieren leer la publicación original del caballo de troya acá les dejo el link de la publicación:



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