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COMPLETANDO LA TAREA QUE NOS DEJO NEVILLE

En estos días he estado un poco desaparecido, sumergido en mi trabajo bíblico, y entre mis estudios recordé un desafío que Neville dejó a su audiencia casi al final de su conferencia titulada Tres Proposiciones. En aquella ocasión, pidió que se estudiara la simbología de la amatista, la llamada “piedra de vino”, y anunció que al día siguiente explicaría cómo el hombre debe “hacer la amatista”, cómo debe “tomar sus prendas y lavarlas en sangre de uvas”, y cómo su ojo debe estar “inyectado de vino” y sus dientes blancos con leche. Prometió mostrar por qué al hombre que ha despertado se le pone la túnica escarlata y luego la más mística de todas, la túnica púrpura, en el último acto antes de ascender a niveles más altos de sí mismo. Sin embargo, aquella explicación nunca llegó a darse públicamente. Es por eso que quise dedicarme a su interpretación para cumplir, de alguna manera simbólica, con su petición, explorando su significado desde la Escritura, la historia y la simbología espiritual.

Espero poder estar, al menos, cerca del nivel de lo que Neville hubiese explicado si esa conferencia se hubiese concretado. De todas las conferencias que han pasado frente a mis ojos, en ninguna se refiere a estos conceptos en su totalidad, y debido a eso he decidido sacar este tema a la luz del grupo.

Entonces, comencemos.

 

LA PIEDRA AMATISTA


La amatista aparece en la Biblia como una de las piedras preciosas del pectoral del sumo sacerdote, y también en la descripción de los fundamentos de la Nueva Jerusalén en el Apocalipsis. Su lugar varía según la lista, lo que ya de por sí nos invita a reflexionar sobre su función simbólica más que literal. En Éxodo 28 se la menciona como la tercera de las piedras de la tercera fila del pectoral (novena piedra), mientras que en Apocalipsis 21:20 se ubica como la duodécima (12) piedra en los cimientos de la ciudad celestial.

Esta diferencia de posición o de nombre no es un descuido ni un error en la Escritura, sino un recurso intencional que recorre toda la Biblia. El Espíritu inspira que un mismo símbolo pueda aparecer con otro nombre, en otro orden o con matices distintos, según el nivel de conciencia que busca despertar en el lector. Lo que para una lectura superficial parece una variación inconsistente, para quien mira desde la conciencia es una clave que revela cómo un mismo misterio puede ser contemplado desde múltiples ángulos, cada uno aportando una dimensión más profunda de su significado.En Éxodo 28:19 y Éxodo 39:12, cuando se describe el pectoral del sumo sacerdote, la amatista aparece como la novena piedra en la tercera hilera. Esto está en el contexto del sacerdocio levítico y representa un orden espiritual asociado al ministerio en la Tierra: el sacerdote intercede entre Dios y el pueblo, y las piedras simbolizan las doce tribus en su función terrenal. La posición novena tiene resonancias con el número 9, que en la Biblia está ligado al fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23), al cierre de un ciclo y a la madurez antes de la manifestación final. En este sentido, la amatista en noveno lugar representa un estado ya avanzado en el camino, pero aún dentro del orden sacerdotal y del servicio en el mundo.

En Apocalipsis 21:20, en cambio, la amatista aparece como la duodécima piedra en los cimientos de la Nueva Jerusalén. Aquí ya no se trata de un servicio sacerdotal terrenal, sino de la plenitud de la ciudad celestial, donde todo está consumado. El doce es el número del gobierno divino perfecto y de la totalidad del plan cumplido. La amatista en duodécimo lugar señala que el proceso que comenzó como intercesión y purificación (vino, sangre de uvas) ahora termina en realeza y gobierno eterno.

La diferencia no es un “error” de la Escritura, sino una revelación progresiva: en el pectoral, la amatista se asocia con una función sacerdotal activa, mientras que en la Nueva Jerusalén se asocia con la culminación del reinado espiritual. Esto encaja con la idea de que en el despertar hay etapas: primero el servicio y purificación (noveno lugar) y luego el gobierno y la manifestación completa (duodécimo lugar).

Históricamente, la amatista también fue apreciada en la realeza por su relación con el vino. Muchas copas de los banquetes de los reyes estaban talladas en amatista, pues se creía que esta piedra tenía el poder de impedir la embriaguez. Más allá de la literalidad de esta creencia, el simbolismo es profundo: beber vino en copa de amatista es beber de la experiencia de la vida sin perder la claridad de la mente.

El rey, figura del hombre que gobierna su mundo interior, disfruta de la plenitud del vino sin ser dominado por él, lo que representa la conciencia que vive plenamente la experiencia, pero sin dejarse arrastrar por los excesos de la ilusión. Por eso era conocida como la “piedra de vino”. Su nombre en griego, amethystos, significa literalmente “no ebrio” o “protegido contra la embriaguez”. Este sentido estaba cargado de tres niveles de interpretación.

En primer lugar, el nivel mitológico. La historia dice que un día, ofendido por un insulto humano o enfurecido por no haber recibido la veneración debida, Baco, el dios del vino, decidió castigar al primero que se cruzara en su camino. En ese momento aparecía una joven doncella llamada Amethystos, cuyo nombre en griego significa literalmente no intoxicada o protegida contra la embriaguez (de a- = "no" y methystos = "ebrio" o "intoxicado").

Ella iba camino al templo de Artemisa, diosa de la pureza y la caza. Baco, ciego de ira, soltó sobre ella una manada de tigres para devorarla. En el último instante, la joven pidió auxilio a Artemisa, quien la transformó en una estatua de cuarzo cristalino puro, incolora, para preservar su pureza y protegerla.

Al ver lo que había ocurrido, Baco se arrepintió de su furia. En honor a Amethystos y como ofrenda de expiación, derramó sobre la estatua su copa de vino. El vino tiñó la piedra con un tono púrpura-violeta, creando así la amatista tal como la conocemos. Desde entonces, se creía que esta gema tenía el poder de proteger a quien la portara de los efectos del alcohol y de la embriaguez mental.

Se le atribuyó el poder de proteger contra el exceso y la pérdida de control, sirviendo como símbolo del autocontrol frente a los placeres y tentaciones de los sentidos.

En segundo lugar, el nivel óptico y práctico. El color intenso de la amatista hacía que, al beber vino en una copa hecha de esta piedra, el líquido pareciera diferente. Se creía que ese efecto llevaba a beber más lentamente y con más conciencia, reduciendo el riesgo de embriaguez. Así, la piedra no actuaba como un talismán físico real, sino que influía psicológicamente, reforzando la moderación.

En tercer lugar, el nivel energético y esotérico. Tradiciones posteriores le atribuyeron la capacidad de clarificar la mente y elevar la conciencia. En este sentido, beber vino en una copa de amatista no embriagaba porque el acto estaba impregnado de un significado sagrado: no se trataba del consumo sensorial, sino de un rito donde la lucidez y la conexión espiritual tenían prioridad. En la práctica, esto significaba que la persona se mantenía atenta y centrada, sin dejarse arrastrar por el descontrol de los sentidos.

Cuando Neville habla de la amatista como la piedra de vino y la asocia con la túnica púrpura, está tomando este trasfondo simbólico y llevándolo al terreno de la conciencia. El “vino” ya no es una bebida física, sino el estado elevado de conciencia que embriaga el alma con la visión cumplida. La amatista representa la mente capaz de sostener esa visión sin perderse en el delirio de las apariencias externas. Es la facultad de recibir el vino de la promesa, la asunción de un estado deseado, y permanecer en perfecta claridad y autocontrol hasta que se manifieste.

Visto de esta manera, la “tarea” que Neville dejó no era meramente un estudio de una piedra, sino la invitación a comprender y practicar el estado que ella simboliza. Es un llamado a vestirnos de púrpura internamente, a beber el vino de la promesa sin perder la sobriedad espiritual, y a sostener con firmeza la imagen del deseo cumplido hasta que se haga carne en nuestra experiencia.


EL VINO Y LA SANGRE


En el relato de las bodas de Caná, narrado en Juan 2:1-11, Jesús convierte el agua en vino como primer “signo” de su ministerio. Este milagro, más que un hecho físico, encierra una enseñanza profunda sobre la transformación interior y el proceso de asunción. El escenario es una boda, símbolo de la unión del hombre con un nuevo estado de conciencia. El banquete representa el estado deseado que debe ser alcanzado, y la carencia de vino es la ausencia del sentimiento de realidad en la nueva identidad.

Se nos dice que había seis tinajas de piedra destinadas a la purificación ritual de los judíos. El número seis, en la simbología bíblica, está ligado al hombre en su condición incompleta, en proceso de perfeccionarse, el hombre fue creado el sexto dia, un dia antes del cierre del proceso de creación. El seis también corresponde a la sexta letra del alfabeto hebreo, VAU, que significa “clavo” o “gancho”, y representa la unión entre lo invisible y lo visible, lo espiritual y lo material.

En el Tetragrámaton, “YOD-HE-VAU”-HE, la VAU ocupa el tercer lugar, lo que no es un detalle menor. El número tres en la Biblia tiene un peso simbólico enorme: es el número de la plenitud creativa y del testimonio perfecto. Representa el proceso completo por el cual una idea pasa de lo invisible a lo visible. En este sentido, la VAU como tercera letra encarna el momento culminante en el que lo concebido (YOD) y lo nutrido en lo secreto (HE) se une firmemente al Ser, garantizando su manifestación. Así como en la Escritura el tres aparece en muchos eventos clave, los tres días de resurrección, las tres tentaciones, los tres patriarcas, las tres veces que Samuel oye la voz de Dios, aquí también señala que la unión de la VAU es irreversible y conduce inevitablemente a la última HE, la manifestación visible.

Las tinajas llenas de agua simbolizan la conciencia pura, sin forma definida, aún no impregnada por el sentimiento del deseo cumplido. El agua, incolora e insípida, representa la sustancia neutra de la conciencia antes de ser moldeada. Cuando Jesús ordena llenarlas y luego transformar esa agua en vino, está mostrando el acto de clavar la VAU: unir al Ser con la nueva identidad, fijar en la conciencia el sentimiento de que lo deseado ya es real. Este es el momento en que el hombre incompleto (seis) deja de estar vacío y se impregna de vida, sabor y color.

El vino, especialmente en la Biblia, simboliza alegría, plenitud y sangre. Jesús mismo identifica el vino con su sangre, es decir, con su vida entregada. Si Jesús es símbolo de la imaginación humana, el vino es la conciencia ya transformada por la asunción. La VAU como clavo asegura que esa transformación interna sea estable y no se disuelva por la duda.

Finalmente, la última HE del nombre divino representa la manifestación visible, el resultado objetivo. Así, el proceso completo se cumple: la YOD como semilla creadora, la primera HE como concepción interna, la VAU como unión y fijación de la nueva realidad al Ser, y la última HE como exteriorización en el mundo físico. El relato de las bodas de Caná muestra este proceso en acción: el agua (conciencia pura) se convierte en vino (conciencia asumida) y ese vino es servido en la boda (manifestación).

 

En Génesis 49:11, la bendición de Jacob a Judá dice:

“Atando a la vid su pollino, Y a la cepa el hijo de su asna, Lavó en el vino su vestido, Y en la sangre de uvas su manto. Sus ojos, rojos del vino, Y sus dientes blancos de la leche.”

 

EL POLLINO ATADO A LA VID Y A LA CEPA DEL VINO EL HIJO DE SU ASNA


El pollino, en la simbología bíblica, es el hijo de la asna: un animal joven que nunca ha sido montado, es decir, una mente virgen en cuanto a gobierno espiritual. Representa la parte de nosotros que todavía no ha sido domada por la conciencia del Yo Soy, la mente que no ha sido entrenada en la obediencia interior, sino que ha vivido siguiendo los impulsos reactivos del mundo externo. En la entrada mesiánica de Jesús a Jerusalén (Mateo 21:2-7), el hecho de que mande traer un pollino “en el cual nadie ha montado” no es casualidad: está señalando el momento en que la mente no entrenada se convierte en vehículo del Rey, el Cristo interior, para entrar en su ciudad, que es el corazón del hombre. El pollino es el intelecto joven que, al ser entregado, se transforma en instrumento de la manifestación divina.

Pero el texto no se detiene en el pollino: menciona también la asna y su relación con la cepa del mejor vino. La “cepa” es la prolongación viva del tronco de la vid, la parte que da fruto y que recibe directamente la savia de la raíz. En el lenguaje de la conciencia, la vid es el Yo Soy absoluto, la fuente de toda vida y de todo pensamiento creativo. La cepa es la manifestación directa de esa vida en el plano humano. Atar el hijo de la asna a la cepa es someter lo instintivo y lo corporal a la corriente vital del espíritu, de manera que sus movimientos y fuerza ya no procedan de impulsos ciegos, sino de la conexión viva con el origen.

La elección de dos animales diferentes, el pollino y el hijo de asna, no es casual. El pollino es símbolo de lo nuevo que nunca ha sido usado, la conciencia virgen que todavía no ha sido montada por ninguna identidad falsa. Representa la pureza y disponibilidad de la mente cuando por primera vez despierta a su verdadera naturaleza. Por eso se ata a la vid, que es la totalidad viva de la conciencia divina, con sus ramas y frutos. Es un contacto inicial con la vida que fluye, con el propósito de nutrir esa juventud espiritual.

El hijo de asna, en cambio, proviene de un animal que ya ha sido usado como bestia de carga, la asna madre. Esto implica que su linaje ya conoce el peso del trabajo, el esfuerzo y la experiencia acumulada. Espiritualmente, es la mente que, aunque joven, trae consigo la herencia y el patrón de la mente vieja. Por eso, en lugar de atarlo a la vid en general, se le ata a la cepa escogida, que es el punto más firme y maduro de la vid: el tronco leñoso donde se concentra la fuerza, la savia más densa y la memoria vital.

Usar vid para el pollino y cepa para el hijo de asna refleja niveles de profundidad en la unión con lo divino. El primer vínculo es con la totalidad de la vida (vid), abierto y amplio; el segundo, con el núcleo inmutable (cepa), directo y concentrado. Así, el simbolismo no solo habla de atar nuestra energía vital a Dios, sino de un proceso de profundización: desde el primer contacto vivificante hasta el anclaje absoluto en el centro eterno del Ser.

Esto resuena plenamente con las palabras de Jesús en Juan 15:5: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”. El acto de atar no es de restricción sino de consagración: lo que antes vagaba sin dirección queda unido a la fuente para nutrirse de su vida. Así, tanto la asna (naturaleza corporal e instintiva) como su hijo (la mente joven) son entregados a la vid y a la cepa, quedando bajo el gobierno de la conciencia despierta.

En el contexto de la Ley de Asunción, este símbolo nos habla del momento en que el buscador ya no se identifica con su viejo yo reactivo, sino que se rinde plenamente al estado asumido, a la identidad consciente del Yo Soy. El animal de carga, símbolo de la personalidad, deja de ser guiado por las condiciones externas y empieza a moverse únicamente según la vida que fluye desde su unión con la vid verdadera. Solo así puede convertirse en el portador del Cristo hacia Jerusalén, que es el lugar de paz y plenitud interior.

 

LAVAR EN VINO SU VESTIDO, Y EN LA SANGRE DE UVAS SU MANTO



Aquí, la imagen es muy potente: el “vestido” y el “manto” son lo que reviste a la mente, el traje mental que uno lleva en la conciencia. Lavar estas prendas en vino, o en “sangre de uvas”, es sumergir el pensamiento, la identidad y la emoción en la sustancia misma de la nueva visión interna. En la simbología de Neville, el vino es la sangre de Cristo, es decir, la sustancia imaginativa que da vida a la imagen interna. Por eso, “lavar” las prendas en sangre de uvas no es un acto de limpieza externa, sino de impregnación: se toma lo que reviste nuestra mente y se empapa completamente con el sentimiento del deseo cumplido, hasta que el nuevo estado queda teñido de manera irreversible.


Al hacerlo, el manto naturalmente se vuelve púrpura, que es el color del ascenso, la realeza interior y la culminación del proceso creativo. En otras palabras, esta “lavada” no es para quitar manchas, sino para transformar la prenda en una nueva naturaleza. Tal como el lino blanco se transforma en púrpura al ser sumergido en el tinte, la mente que antes estaba neutra o vestida con ropajes ordinarios se reviste de la realeza interna, del estado asumido con certeza.

El hecho de que sea “sangre de uvas” subraya que no es vino fermentado de manera común, sino algo recién exprimido, directo de la vid, puro y sin adulterar. Esto puede entenderse como la idea de que la impregnación de la mente debe ser con el sentimiento más fresco y vívido, no con emociones viejas o recicladas. El estado asumido debe estar vivo, presente, activo, como si fuera la primera vez que se siente y no una repetición mecánica.

Incluso, si lo vinculamos con lo que hemos trabajado antes, al lavar en sangre de uvas la prenda, se sella la tercera letra del Tetragrámaton, la VAU, uniendo al ser con la imagen. Es el momento en que la conciencia ya no está probando un estado, sino que lo viste como su realidad permanente.


OJOS OSCURECIDOS POR EL VINO


En la Escritura encontramos dos imágenes que, a primera vista, parecen contrarias, pero en realidad son complementarias: los ojos que no se oscurecen y los ojos oscurecidos por el vino. En Deuteronomio 34:7 se nos dice que Moisés, al morir, tenía “su vista sin oscurecerse”. Este detalle no es un dato físico irrelevante, sino un símbolo espiritual: Moisés representa la Ley y la etapa preparatoria de la conciencia, el guía interior que nos conduce hasta la visión de la promesa. Tener los ojos sin oscurecerse significa que su visión espiritual permaneció completamente clara y pura hasta el final; nunca perdió de vista la meta. Sin embargo, su papel no era entrar en la Tierra Prometida, sino conducirnos hasta sus límites. La entrada le corresponde a Josué, nombre que comparte la raíz de Jesús, quien encarna la salvación y representa el aspecto de nosotros mismos que asume y vive la promesa.

Por contraste, en Génesis 49:12, hablando de Judá, se describe que “sus ojos son más oscuros que el vino”, o “inyectados de vino” según otras traducciones. Aquí el símbolo cambia: no se trata de mantener la visión pura y distante, sino de tener la mente completamente impregnada de la imagen interna asumida, saturada por completo del estado deseado. Los ojos de Judá están “oscurecidos” porque la visión se ha llenado de vino, y el vino, como Jesús lo declara en la última cena, es su sangre, es decir, la vida misma de la imaginación. En términos de la Ley de Asunción, Moisés representa la etapa de ver con claridad lo prometido sin asumirlo todavía, mientras que Judá representa la etapa de fusión completa con esa visión, hasta que se convierte en nuestra única realidad interna.

Uno nos lleva a la orilla; el otro nos introduce en la tierra. Uno prepara la visión, el otro la encarna. El primero mantiene los ojos limpios para no perder el objetivo, el segundo los llena de vino para unirse plenamente a la imagen interna. Así, el camino espiritual no termina con la claridad de la meta, sino con la absorción total de ella en la conciencia.En el lenguaje bíblico, el rojo brillante suele asociarse a lo visible, lo exterior, la sangre derramada, la acción en el plano físico (como en el carmesí o escarlata). Pero oscurecido sugiere algo más profundo y maduro, como el fruto que ha alcanzado su punto máximo de fermentación. En este caso, los “ojos oscurecidos por el vino” no representan embriaguez física, sino la mente y la visión interna saturadas de la experiencia espiritual, al punto de estar completamente teñidas por ella.

Si lo llevamos a la Ley de Asunción, es la mirada que ya no ve nada fuera del estado asumido. El “vino” en la Escritura representa la alegría, el espíritu, la sangre de la vid, que es símbolo de la vida divina en el hombre. Cuando los ojos están “oscurecidos por el vino”, significa que la visión externa ha sido transformada por la interna: todo lo que se mira está pasado por el filtro del nuevo estado de conciencia.

Además, en hebreo, este oscurecimiento tiene el sentido de un color más denso y profundo, como el púrpura o el marrón rojizo del vino añejo, no un simple rojo claro. Esto alude a la madurez espiritual: el que ha pasado por el proceso no solo “ve” con la fe, sino que su percepción misma ha cambiado de naturaleza.


SUS DIENTES BLANCOS DE LA LECHE


En Génesis 49:12, la bendición poética sobre Judá dice: “Sus ojos rojos del vino, y sus dientes blancos de leche”. Esta imagen, que a simple vista parece un retrato físico, encierra una profundidad espiritual que conecta directamente con el nombre y la misión de Jesús. En hebreo, la letra ש (Shin) significa literalmente “diente” o “dientes” y, por extensión, “morder”, “devorar” y “consumir”. Esta letra es clave porque aparece en el nombre Yeshúa (Jesús), y en el contexto de la Ley de Asunción y de las Escrituras, esto no es casualidad.

Los dientes no solo cortan y trituran, sino que representan la capacidad de asimilar lo que se recibe para que se convierta en parte de uno mismo. Espiritualmente, los dientes blancos de leche simbolizan la pureza en la asimilación de la verdad divina. Así como la leche es el alimento más puro y primario que nutre a un niño, la “leche” espiritual es la enseñanza inicial y pura que alimenta al alma en sus primeros pasos. Jesús, portador de la Shin en su nombre, es quien mastica y procesa la Palabra, encarnándola primero en sí mismo para luego ofrecerla como alimento a quienes escuchan.

La Shin, además, está asociada al fuego y a la transformación en la tradición hebrea. Igual que el fuego purifica y transforma, los dientes, espiritualmente entendidos, transforman lo que reciben para que pueda ser integrado al cuerpo. Así, “los dientes blancos de leche” se convierten en una imagen de una mente que asimila únicamente lo puro, lo nutritivo y lo divino, sin la mancha de interpretaciones falsas o adulteradas.

El contraste con el vino de la frase anterior (“sus ojos rojos del vino”) también es significativo. El vino simboliza la sangre, la vida y la imaginación encarnada, aquello que ya está fermentado y maduro; la leche, en cambio, es lo primario, lo esencial, lo que forma la base antes de pasar al alimento sólido. De este modo, la profecía dibuja dos niveles de desarrollo: el ojo impregnado de la visión creativa (vino) y la boca que asimila con pureza la verdad (leche).

Cuando aplicamos este simbolismo a la enseñanza de Neville, entendemos que “los dientes blancos de leche” no solo describen pureza e inocencia espiritual, sino que aluden al proceso consciente de encarnar la verdad como alimento interior. La letra Shin en el nombre de Jesús confirma que el proceso de “masticar la Palabra” es inseparable de la identidad del Cristo interno. Morder, triturar y asimilar la verdad hasta hacerla carne es la función espiritual que se oculta detrás de esta imagen bíblica.



LA TÚNICA ESCARLATA Y LA TÚNICA PÚRPURA



En el relato de la Pasión, encontramos una aparente diferencia que, lejos de ser un error, esconde un código simbólico profundo. En Mateo 27:28, los soldados visten a Jesús con una túnica escarlata, mientras que en Marcos 15:17 y Juan 19:2, esa túnica es púrpura.

En el griego original, escarlata es kokkinos, un rojo brillante obtenido de insectos o plantas, usado frecuentemente para denotar lujo terrenal, ostentación y también pecado visible. Púrpura es porphyra, un tinte rarísimo y carísimo extraído del molusco múrice, reservado para la realeza y la alta jerarquía.

Esta diferencia no es casual ni un simple cambio de palabra. Cada evangelio tiene un propósito y un nivel específico dentro del mapa del despertar espiritual. Mateo, que presenta a Jesús como el Mesías prometido a Israel y se enfoca en la transición del hombre desde la Ley hacia la Gracia, resalta el escarlata para mostrar la etapa inicial: la conciencia ya intuye su realeza interna, pero aún está teñida por el pecado, la limitación y las viejas creencias heredadas. Es la fase en que el “rey” interior es reconocido, pero todavía en burla y sin autoridad plena.

Marcos, en cambio, es el evangelio de la acción inmediata y del servicio, donde el Cristo interior se muestra como poder en movimiento. Aquí el color cambia a púrpura, pues esta etapa implica que la realeza ya ha sido aceptada y empieza a manifestarse en actos y obras. El púrpura señala un nivel más avanzado: el alma que, aunque sigue en el mundo, ha comenzado a vestir la majestad de un nuevo estado asumido.

Juan, el evangelio más alto en el orden del despertar, no relata simplemente eventos externos, sino que revela el drama interno del Verbo hecho carne. Al usar también el púrpura, Juan no habla de un manto terrenal, sino del revestimiento definitivo de la conciencia crística. Aquí la túnica no es burla, sino confirmación: el ser ya se ha asumido totalmente como el “Yo Soy” divino.

Visto así, la diferencia de colores entre evangelios es una enseñanza cifrada sobre las etapas de la transformación interna. En Mateo, el escarlata indica que la realeza aún está mezclada con la condición caída. En Marcos y Juan, el púrpura revela que la transformación ha avanzado y la majestad interior ya es reconocida desde dentro.

Esto concuerda con otros pasajes, como Isaías 1:18, donde el escarlata y la grana representan pecados que serán emblanquecidos, o Apocalipsis 17:4, donde escarlata y púrpura se combinan para mostrar una realeza corrupta que, al ser purificada, se convierte en realeza divina.

Tras haber explorado el significado de la amatista como piedra interna, comprendimos que su relación con el vino no se limita a un simple color o a un adorno místico, sino a la transformación profunda de la conciencia. El vino, símbolo de la sangre de Cristo, representa la imaginación en estado activo, asumiendo la identidad deseada hasta que esta se convierte en naturaleza misma del ser. Lavar en vino las vestiduras es sumergir la mente en la visión asumida, impregnándola por completo hasta que no quede espacio para la duda. Esta imagen nos conduce directamente a la transición hacia la túnica púrpura, que en la narrativa bíblica es el manto que se coloca sobre el hombre que ha despertado y está listo para ascender a niveles más altos en su interior. Antes de la púrpura, aparece la túnica escarlata, y este detalle, lejos de ser un mero cambio de color en el relato, revela etapas distintas del mismo proceso.

En el Evangelio de Mateo se dice que vistieron a Jesús con una túnica escarlata (Mateo 27:28), mientras que en Marcos 15:17 se menciona que le vistieron con púrpura. Algunos podrían pensar que se trata de una discrepancia histórica, pero en realidad, la diferencia está cargada de significado. Cada evangelio no es solo un registro narrativo, sino una representación de un nivel de conciencia. Mateo enfatiza la transición inicial, el momento en que el hombre es sumergido en la identificación con el sacrificio, la escarlata, símbolo de la sangre derramada, mientras que Marcos describe la culminación del reconocimiento real, la púrpura, color de realeza y autoridad espiritual. No es un error ni una contradicción, sino la manifestación de dos ángulos del mismo proceso: la escarlata es la asunción que implica morir al viejo estado; la púrpura es el nuevo reinado, la entronización del Ser en la nueva identidad.

El hecho de que algunos evangelios omitan uno u otro detalle se debe a que cada uno fue escrito para expresar una faceta distinta del despertar. Así como el Padre Nuestro aparece con variaciones entre Mateo y Lucas, reflejando distintas dimensiones del mismo principio, las vestiduras de Jesús aparecen en versiones que subrayan lo que corresponde a la etapa de conciencia que cada evangelio representa. En Mateo, el énfasis está en la purificación mediante la entrega, la escarlata, en Marcos, el énfasis está en el reinado interior, la púrpura. La transición de un color al otro no es decorativa, sino profundamente simbólica: la túnica escarlata es teñida con vino, y al ser saturada en ese color pasa a ser púrpura. Es decir, la conciencia que se ha entregado por completo a la visión interna recibe la investidura de autoridad espiritual.

Este acto no puede ser producido externamente, pues no hay fábrica terrenal que pueda tejer estas vestiduras. Es una obra interna, el resultado de la transformación del hombre por la asunción persistente y consciente del estado deseado. La escarlata representa la aceptación total del sacrificio, la decisión de abandonar la identidad anterior; la púrpura, el fruto de esa entrega, la corona invisible que entroniza al Ser en su nuevo reino interior.

La túnica púrpura, en este contexto, no es una prenda de tela, sino un estado de dignidad y realeza interior. En los evangelios, se la ponen a Jesús en el momento de la burla y del juicio, pero Neville nos invita a verla como el último revestimiento del hombre que ha despertado. Es el símbolo de quien ha alcanzado el dominio sobre sus reacciones internas y ya no es movido por los vientos del mundo externo, sino por la certeza interna del cumplimiento.

Así, el paso de la túnica escarlata a la púrpura marca el tránsito de la pasión humana, aún sujeta a fluctuaciones, a la majestad estable del espíritu que reina sobre su mundo interno. La amatista, como piedra final en la Nueva Jerusalén, apunta a ese mismo logro: el cierre del ciclo de iniciación, donde la mente ha sido lavada en “sangre de uvas”, el vino de la visión asumida, y permanece sobria en medio de la abundancia de su propia creación.

Con este recorrido hemos buscado retomar la tarea que Neville dejó abierta en su conferencia Tres proposiciones, explorando con detenimiento los símbolos que él mencionó y que nunca llegó a desarrollar públicamente. Cada elemento, la amatista, el vino, la sangre, el pollino, el hijo de la asna, el vestido y el manto, los dientes blancos como la leche, la túnica escarlata, la túnica púrpura, los ojos oscurecidos por el vino, los hemos analizado desde su raíz bíblica y su significado metafísico, con la intención de aportar una visión lo más cercana posible a la que Neville pudo haber querido transmitir. Sabemos que en la Escritura nada es casual, y que las variaciones de nombre, posición o forma en distintos pasajes no son errores, sino caminos distintos para señalar una misma verdad. Espero que estas reflexiones sirvan como un paso más hacia la comprensión de ese simbolismo y su poder en la vida práctica, y que de algún modo este trabajo contribuya a completar, aunque sea en parte, la tarea que Neville nos encomendó, iluminando con nuevas perspectivas la profundidad de su mensaje.


 APLICACIÓN Y EJEMPLO PRÁCTICO:


Cuando observamos estos símbolos bíblicos de manera aislada, parecen fragmentos poéticos o imágenes antiguas, pero cuando los unimos se revelan como un mapa claro del proceso interno que sigue toda manifestación y todo despertar espiritual. No están puestos para decorar un relato, sino para describir el itinerario que sigue el hombre cuando decide conscientemente transformarse.

El pollino atado a la cepa es la mente, inquieta y acostumbrada a vagar, que ahora se mantiene sujeta de forma deliberada a una visión específica. Esto significa que, una vez que eliges el estado que quieres vivir, no le das libertad a tu imaginación para volver a escenarios de duda o carencia. Igual que el pollino no puede alejarse de la vid a la que está atado, tu pensamiento permanece ligado a la imagen interna que has decidido asumir como verdadera. La cepa de la vid es la raíz viva de ese deseo, la fuente de la que recibe alimento tu visión. Permanecer atado a ella es elegir habitar un estado fértil, sin permitir que las circunstancias externas te arranquen de él.

La amatista, la piedra de vino, nos habla de saturación. No basta con pensar de vez en cuando en lo que quieres: hay que impregnarse de ello, como la piedra que se tiñe en lo profundo. En la práctica, es llegar al punto en que tu mente está tan embriagada del estado elegido que ya no hay espacio para lo contrario. Así, igual que se creía que la amatista protegía contra la embriaguez física, aquí simboliza la sobriedad espiritual: una embriaguez de certeza que no se deja seducir por estados ajenos a la visión asumida.

Los ojos rojos del vino representan una percepción transformada. Una vez que la nueva identidad te embriaga, todo lo que ves está filtrado por ella. Tu mirada ya no es la del que espera, sino la del que posee. Este cambio de visión es tan profundo que incluso los hechos externos que antes te parecerían obstáculos ahora se interpretan como parte del proceso que conduce a la realización.

Los dientes blancos con leche son la pureza y coherencia en tu expresión. Significa que lo que dices, la forma en que hablas y reaccionas, está en plena armonía con lo que has asumido en tu interior. No contradices con tus palabras lo que ya has decidido que es verdad para ti. Tus declaraciones, como dientes limpios y blancos, son señales externas de la pureza de tu estado interno.

La túnica escarlata es la primera evidencia externa de tu transformación. Es el ardor del deseo manifestándose en señales visibles: oportunidades, encuentros, ideas, recursos que antes no estaban a la vista y que ahora aparecen como respuesta a tu cambio interno. El escarlata es la sangre viva en movimiento: todavía es impulso, todavía hay deseo, pero ya comienza a teñir el mundo que te rodea.

La túnica púrpura es el estado de realeza interior. Aquí el deseo ha dejado de ser impulso y se ha convertido en posesión. El púrpura, reservado para reyes, significa que has tomado tu lugar en el trono de tu estado asumido. Ya no estás luchando para llegar: gobiernas desde la conciencia de que ya eres.

El vestido lavado en vino y el manto en sangre de uvas es la absorción total en tu nueva identidad. Has sumergido lo que eras en el vino de la visión hasta que no queda rastro del antiguo yo. Tu “ropa”, que es tu forma de ser y moverte en el mundo, está empapada de la esencia del estado asumido. No puedes concebirte de otra manera porque tu conciencia ha sido totalmente teñida por esa realidad interna.

Esto no es solo teoría. Supongamos que tu meta es tener tu propia casa. El pollino atado a la cepa es tu disciplina mental para mantenerte en la visión de que ya vives en ella, sin importar lo que ocurra en tu situación actual. No permites que tu mente vague hacia pensamientos de imposibilidad o escasez. La cepa es la idea viva de tu hogar: la imagen clara de sus habitaciones, de su ubicación, de cómo se siente habitarlo, nutrida cada día con tu imaginación.

La amatista es tu saturación: piensas tanto en esa casa, la recorres tantas veces con tu mente y la sientes tan real, que deja de parecer un sueño para convertirse en una experiencia interna inevitable. Ya no se trata de esperar que suceda: es tan tuya en conciencia que el mundo externo no tiene otra opción que reflejarlo.

Los ojos rojos del vino son tu nueva forma de ver la vida: cada vez que pasas frente a una vivienda, cada conversación sobre propiedades, cada oportunidad que escuchas, todo lo interpretas como parte del camino hacia tu casa. Incluso los eventos que a otros les parecerían retrasos o problemas, para ti son confirmaciones de que el proceso está en marcha.

Los dientes blancos con leche son tu coherencia externa: no hablas de “algún día” ni de “si se puede”. No expresas dudas ni repites lo que aparenta ser tu realidad presente. Tus palabras, gestos y reacciones son los de alguien que ya posee ese hogar.

La túnica escarlata es la primera evidencia externa: un amigo te menciona una oportunidad, encuentras un anuncio que parece hecho para ti, o recibes noticias de una financiación posible. Son señales visibles que confirman que tu visión está empezando a teñir tu mundo.

La túnica púrpura es el momento en que la compra o la mudanza es un hecho consumado, y ya vives en tu casa. Es el estado de realeza interior: no estás esperando nada, ya gobiernas desde la posesión de tu deseo cumplido.

El vestido lavado en vino y el manto en sangre de uvas es cuando tu identidad está completamente fusionada con la de ser propietario de esa casa. Aunque surgiera algún cambio o reto, tu conciencia ya no puede concebirse sin ese hogar. No es algo que tienes: es algo que eres.

 

 

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Acá les dejo el texto en la conferencia “Tres Proposiciones” donde Neville hace el llamado a indagar en estos conceptos bíblicos, cosa que en esta publicación doy por cumplida.

 

Neville Goddard: Extracto final de “Tres Proposiciones” (Conferencia año 1954)

Así que esta semana entrante, que comienza mañana; y es una semana interesante para aquellos a los que les gusta su Biblia; para aquellos a los que les gustaría poner sus dientes mentales en ella esta noche, y venir mañana a la noche con algún conocimiento intuitivo al respecto, a ustedes aquí les dejo el capítulo 49 de Génesis; verán que muchos de ellos los utilizaré mañana, pero en el capítulo 49 de Génesis; esto es lo que dice. Primero que todo, él llama a todos de sus hijos para decirles su futuro, y hay doce de ellos. Es Jacob llamando a sus hijos, pero al quinto, cuando llama al quinto, le dice que el cetro jamás será tirado, jamás se apartará de tu mano, nunca, nunca en la eternidad. Su nombre es Judá, aquel que ha engendrado el linaje que dio a florecer a Cristo Jesús; cuando leas la genealogía dada a nosotros por Mateo y Lucas.

 

Luego dice que Judá tomó su potro y lo ató a una viña y luego tomó a una cría de asna y le ató a una buena viña de su elección, y luego lavó sus prendas en vino y lavó su ropa en la sangre de uvas. Y su ojo estaba rojo por el vino y sus dientes blancos por la leche.

 

Bueno, para aquellos que todavía quieren leerlo de manera literal, quizás obtengan alguna satisfacción en lavar sus ropas en vino; yo no; yo prefiero tomarlo; pero algunos las lavan en la sangre de uvas y luego lavan sus dientes blancos en leche y sus ojos con vino. Bueno, él es aquel que engendró junto a Tamar, los mellizos que generaron el linaje que trajo a Cristo Jesús. Así que ve y lee la genealogía de Judá, y lee lo que Judá hizo y cómo tomó dos animales, uno era un potro y otro un potrillo.

 

Ahora, no les diré la interpretación: ustedes ejercitarán sus facultades intuitivas y vengan mañana a la noche y escuchen lo que tenemos que decir respecto a la amatista, o la piedra de vino: cómo el hombre debe hacer la amatista, cómo el hombre debe tomar sus prendas, lo que viste a la mente del hombre, y lavarlas en sangre de uvas, y cómo el hombre no sólo debe hacerlo, sino que también su ojo debe estar igualmente inyectado de sangre con vino y sus dientes blancos con leche.

 

Y les mostraremos mañana a la noche porqué le pusieron a él la túnica color escarlata, y luego le pusieron la más mística de todas: la túnica púrpura; así que mientas se las ponían, en el último acto fue ponerle la túnica púrpura sobre el hombre que ha despertado, aquel que ya está listo para ascender a lo alto, a más altos niveles dentro de sí mismo.

 

Pero tú no puedes ascender hasta que llegues primero a la túnica purpura, y aunque existan órdenes (organizaciones) en este mundo, que tienen túnicas escarlatas y túnicas purpuras, ningún hombre puede hacerlas para ti. Así que no pueden ser tejidas en ninguna fábrica; deben ser fabricadas en la fábrica que está dentro de ti. Así que mañana a la noche, para aquellos que están realmente interesados en ir a las profundidades de los misterios de este tema es: “El duodécimo, una amatista”. El último acto del hombre, el duodécimo, porque hay solo doce, luego viene la piedra más preciada, diría yo, aunque en el ojo de los hombres es la menos preciosa, pero en los ojos de Dios es la más preciosa y no me refiero a esa pequeña piedra que encuentras entre las piedras, es aquella que encuentras dentro de ti mismo. Así que ese es el tema de mañana.”


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Que la paz y la abundancia este siempre con ustedes. Hasta pronto.


Marcos Sanz.

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